9.3 C
Riobamba, EC
miércoles, abril 30, 2025

¿El liberalismo ha sepultado al cristianismo?

Facebook
Twitter
WhatsApp
Email

Por: Lisandro Prieto Femenía

“Aquellos que pueden hacerte creer absurdos pueden hacerte cometer atrocidades.” Voltaire, Tratado sobre la tolerancia, 1763.

El catolicismo fue, durante siglos, la columna vertebral de la civilización occidental: su influencia modeló la cultura, la moral y las instituciones occidentales. Sin embargo, con el advenimiento del liberalismo y su progresiva y exitosa hegemonía, el cristianismo ha experimentado una pérdida de relevancia social y política. Pues bien, en la reflexión de hoy intentaremos explorar cómo el liberalismo, con su énfasis en la autonomía individual, el libre mercado y la secularización, desplazó al catolicismo y contribuyó a su ya visible desaparición en el mundo occidental contemporáneo.

Tengamos en cuenta que el liberalismo surgió en la modernidad, como una reacción contra el absolutismo monárquico y el orden social basado en la autoridad eclesiástica. Filósofos como John Locke (1689) defendieron la que hoy se pretende “innovadora” lucha para separar la Iglesia del Estado, argumentando que la religión debía ser una cuestión de conciencia individual, es decir, de índole estrictamente privada.

Por su parte, la Ilustración hizo lo suyo, en tanto movimiento filosófico que promovió el uso de la razón como herramienta principal para comprender el mundo y organizar la sociedad. Este enfoque, principalmente racionalista, entró en conflicto con la visión tradicional de la Iglesia católica, que sostenía la primacía de la fe y la autoridad religiosa. Numerosos pensadores se sumaron a las filas de ataque, pero Voltaire, Rousseau, Montesquieu y Diderot desempeñaron un papel clave en la pretendida (y lograda) erosión del poder eclesiástico de la sociedad europea en particular y de todo occidente, posteriormente, en general.

Comencemos, pues, con Voltaire (1694-1778) y su lucha contra el fanatismo religioso, en tanto fue uno de los más feroces críticos de la Iglesia católica. Si bien no era ateo, sostenía una visión deísta que rechazaba las estructuras jerárquicas eclesiásticas y denunciaba, entre tantas cosas, el dogmatismo fanático de la religión. En su obra titulada “Tratado sobre la tolerancia” (1763), Voltaire realizó una aguda crítica a la persecución religiosa y al poder de influencia que la Iglesia tenía sobre la política: consideraba que dicha institución perpetuaba la ignorancia para imponer dogmas incuestionables y controlar la educación. También, creía que la religión debía ser una cuestión estrictamente privada, sin injerencia en la vida política y social. Particularmente en su “Diccionario filosófico” (1764), sus ataques a la Iglesia se hicieron especialmente virulentos, ironizando sobre la hipocresía de los miembros del clero y denunciando sus privilegios de casta.

Por su parte, Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) tuvo una relación un poco más ambivalente con la religión. Si bien criticó a la Iglesia institucionalizada, reconoció la necesidad de una religión que sostuviera los valores morales de la sociedad. En su obra “El contrato social” (1762) planteó la idea de una “religión civil” que reemplazara a las doctrinas religiosas tradicionales. En este punto, es preciso indicar que para Rousseau, el catolicismo era incompatible con la soberanía popular, porque dividía la lealtad de los ciudadanos entre el Estado y la Iglesia. Por último, en su “Profesión de fe del vicario saboyano” (incluida en “Emilio” en 1762), defendió un deísmo, basado en la moral y el derecho natural, rechazando los dogmas revelados y la autoridad clerical.

Veamos ahora el aporte de Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu (1689-1755), gran promotor de la separación de poderes. En su obra “El espíritu de las leyes” (1748), argumentó que el poder debía dividirse en ejecutivo, legislativo y judicial para evitar el despotismo. Esta idea influyó bastante en la pretendida separación entre Estado e Iglesia, ya que Montesquieu sostenía que la religión no debería interferir en los asuntos políticos. Si bien reconocía la importancia que tenía el cristianismo en la formación de la moral pública, aseguraba que su vinculación con el poder absoluto era peligrosa.

Facebook
Twitter
WhatsApp
Email