Por: Joselo Andrade
Dentro de la intelectualidad de nuestro país debería existir un consenso sobre la necesidad de erradicar, de una vez por todas, la doctrina totalitaria conocida en América Latina como “socialismo del siglo XXI”. La razón es sencilla: la idea fue concebida por Fidel Castro, el exdictador cubano que logró convertir la isla paradisíaca donde nació en un auténtico infierno comunista.
Ahora bien, ¿de dónde surgió esta idea de Fidel Castro para América Latina? La respuesta es más simple de lo que parece. La estrategia de tomar el poder por las armas ya había dejado de ser una alternativa que la gente comprara sin mayor reparo. Tras la caída del Muro de Berlín, no quedaban dudas: las democracias liberales habían triunfado.
Esa realidad fue muy bien entendida por el viejo dictador, quien entonces se planteó obtener el poder por la vía democrática y, una vez alcanzado, implementar una receta tan estudiada como maquiavélica: destruir a la democracia desde dentro, y para lograrlo, consagrar en una nueva Constitución —elaborada por una Asamblea Constituyente con plenos poderes— “la jaula totalitaria” que les permitiría perpetuarse indefinidamente en el poder.
Tanta fue la suerte de los revolucionarios de izquierda más radicales de la región, que coincidieron con un boom económico que impactó a América Latina. Esto ocurrió gracias a que la economía china, al adoptar el capitalismo de mercado, permitió que cientos de millones de personas salieran de la pobreza.
Ahora bien, ¿qué hacer a partir de esta reflexión? En Ecuador nos encontramos ante la encrucijada de deshacernos de todo lo concebido por la extrema izquierda carnívora. Esto incluye, principalmente, su Constitución, que no es más que un manual de uso de esa visión totalitaria.
Hacerlo implicaría asumir los costos de convocar una Asamblea Constituyente o, en su defecto, modificar hasta lo irreconocible la Constitución de Montecristi a través de una Asamblea Legislativa (no olvidemos que los conceptos son campos de batalla, y la palabra “asamblea” formaba parte del libreto).
Sea cual sea el mecanismo, de lo que no debe quedar duda es que al “espíritu de Montecristi” hay que enviarlo al infierno del que surgió. Para ello, propongo realizar un exorcismo con una frase que ese espíritu teme y detesta: ¡Viva la libertad, carajo!