Santos inocentes

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El relato bíblico sobre la matanza de los niños menores de dos años, nacidos en Belén,  ordenada por el Rey  Herodes  para estar seguro que  fuera eliminado el futuro rey de Israel, el anunciado Mesías, es uno de los episodios de la Biblia que sobrecoge el espíritu y enerva la razón. El tirano, frente a la pasión por el poder no tiene límites; no es un ser humano, es un  monstruo dispuesto a hacer lo inimaginable para mantenerse en el trono. Y por supuesto, como en este caso del asesinato de niños inocentes,  con el asesoramiento y el aplauso de sus áulicos, que le hicieron creer que era grande, poderoso, único, insustituible, y por eso, le aplicaron el mote de El Grande.

La historia de la humanidad está llena de ejemplos de ambición del poder en todas sus formas y manifestaciones. Los gobernantes de turno sueñan con perpetuarse en el mando y fácilmente caen en afanes concentradores de poder, haciendo tabla rasa de la democracia y sus estructuras, para desembocar en regímenes  autoritarios, arbitrarios, despóticos, absolutos, haciendo abstracción de los poderes constituyente, legislativo, judicial. Dejan de ser  poder ejecutivo, el que respeta y hace respetar las leyes, para transmutarse en un poder fáctico que se lo ejerce  al margen de las instituciones legales en virtud de la autoridad que poseen, conferida por el pueblo.

El acontecimiento del 28 de diciembre, recordado  por los católicos, ha dado lugar al nacimiento de una tradición: las bromas que se gastan por estos días, denominadas las “inocentadas” que, si vienen desde el humor, la originalidad, la creatividad y el buen gusto, en un marco de respeto, son festejadas entre familiares, amigos, vecinos.

La inmolación bíblica de los inocentes de hace dos mil años, nos remite al sacrificio de miles de ecuatorianos de menores ingresos del siglo XXI, víctimas de la corrupción del correato que ha llevado a la situación actual, signada por la pobreza, falta de fuentes de trabajo, encarecimiento de la vida, subida de combustibles…

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