Por: Roberto Camana-Fiallos
La Etapa de Diagnóstico es vital para entender cómo inician el aprendizaje los estudiantes. Su fin es identificar sus fortalezas y necesidades para preparar estrategias personalizadas que impulsen su desarrollo integral desde el inicio del año lectivo.
Para lograrlo, los docentes deben diseñar instrumentos de evaluación basados en los objetivos de aprendizaje del Currículo Nacional y apoyarse en los resultados de evaluaciones previas. El trabajo colaborativo y el análisis de estándares facilitan seleccionar las destrezas a evaluar.
Las actividades diagnósticas deben ser claras, inclusivas y adaptadas a la diversidad de estudiantes, explicando que no afectarán las calificaciones. Incluir aspectos socioemocionales junto con lo académico permite un diagnóstico más completo y humano.
Al analizar los resultados, se detectan áreas para reforzar y planificar la nivelación pedagógica oportuna, involucrando a estudiantes y familias en compromisos para superar las brechas identificadas, generando un ambiente de trabajo compartido.
Esta etapa forma parte de la estrategia “2+2+2”, que distribuye el inicio escolar en dos semanas de adaptación, dos de diagnóstico y dos de nivelación, creando un proceso gradual y seguro para consolidar aprendizajes y acompañar emocionalmente.
Incluso antes de avanzar con el currículo, el diagnóstico debe conectar con contextos cotidianos, promoviendo el aprendizaje significativo y respetando ritmos y estilos propios de cada estudiante, asegurando equidad y oportunidades para todas y todos.
Finalmente, la reflexión docente sobre los resultados impulsa ajustes metodológicos y fomenta ambientes motivadores, autónomos e inclusivos, consolidando el compromiso del sistema educativo con el bienestar y éxito de cada estudiante desde el primer día.