En los últimos años, América Latina ha sido escenario de un fenómeno político y judicial que pone a prueba la solidez de sus democracias: la creciente cantidad de expresidentes investigados, procesados o incluso encarcelados y prófugos por casos de corrupción, abuso de poder y otros delitos cometidos durante su mandato. Desde México hasta Argentina, la lista de exmandatarios en la mira de la justicia no deja de crecer, y con ella también las preguntas sobre la ética en el ejercicio del poder y la independencia de las instituciones.
Por un lado, este proceso puede interpretarse como un signo positivo: las democracias latinoamericanas han madurado lo suficiente como para que nadie, ni siquiera quien ocupó el cargo más alto del Estado, esté por encima de la ley. Las investigaciones a figuras antes intocables representan un avance en la lucha contra la impunidad y un mensaje claro de que el poder no debe ser sinónimo de inmunidad.
Sin embargo, también es cierto que en algunos países la justicia se ha convertido en un terreno de disputa política, donde las causas judiciales son utilizadas como instrumentos de venganza o de manipulación electoral. La llamada “judicialización de la política” amenaza con desvirtuar el sentido de la justicia, transformándola en una herramienta más del juego de poder, en lugar de ser un pilar de equilibrio institucional.
El desafío para América Latina radica, por tanto, en encontrar un punto de equilibrio: una justicia que sea firme, imparcial y transparente, que castigue la corrupción sin convertirse en un arma partidista. Los expresidentes deben rendir cuentas, sí, pero dentro de un marco que garantice el debido proceso y respete los principios democráticos.
Solo así los países de la región podrán superar el círculo vicioso de corrupción y desconfianza que ha minado la credibilidad de sus instituciones. Una justicia que actúe con independencia y sin selectividad es, en última instancia, el mejor camino para recuperar la fe ciudadana en la política y para construir democracias verdaderamente sólidas y justas.