Por: Beatriz Viteri Naranjo
La dignidad humana es un valor fundamental que constituye la base de los derechos humanos; es así que, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948, reconoce la dignidad de todas las personas como un principio inalienable, esencial para el respeto y el ejercicio de otros derechos; sin embargo, el abuso de poder es una de las principales formas de vulneración de la dignidad humana, ya que implica el uso indebido de la autoridad o el control de una persona o grupo, sobre otros, resultando en la humillación, despojo de derechos y el sufrimiento psicológico y físico de las víctimas.
El abuso de poder se refiere a la acción de utilizar una posición de autoridad para satisfacer intereses personales, infligir daño o controlar a otros de manera injusta. Este fenómeno puede ocurrir en diversas esferas de la vida social, como en el ámbito político, institucional, laboral, familiar, o incluso en las relaciones interpersonales. Es una manifestación de desequilibrio de fuerzas, donde el que ostenta el poder se vale de su posición para someter a los demás, negándoles su autonomía, su libertad, y, por ende, su dignidad.
Un abuso de poder puede adoptar diversas formas; en las instituciones, puede traducirse en prácticas discriminatorias, acoso laboral, violencia de género o maltrato; así como, en la vida cotidiana, una relación abusiva puede manifestarse de muchas maneras, como el maltrato psicológico, la explotación o la manipulación emocional.
La dignidad humana es un derecho inalienable que se encuentra en el centro de los derechos humanos; reconoce que todas las personas, por el solo hecho de ser humanas, deben ser tratadas con respeto y consideración, sin importar su origen, género, orientación sexual, condición económica, o cualquier otra característica que pudiera ser utilizada para discriminar; es decir, la dignidad implica reconocer a la persona como un fin en sí misma y no como un medio para alcanzar intereses ajenos.
El abuso de poder está intrínsecamente relacionado con la violación de la dignidad humana; cuando una persona o un grupo ejerce su poder de manera desproporcionada, comete actos que atentan contra la autonomía, la libertad y el respeto que cada individuo merece. A menudo va acompañado de la deshumanización de la víctima, un proceso en el cual se le priva de su identidad como ser humano y se le reduce a un objeto.
En el ámbito laboral, los trabajadores que se encuentran en posiciones vulnerables son sometidas a un constante deterioro de su bienestar emocional, ya que su permanencia en el puesto de trabajo está supeditado a la sumisión, es decir, a la obediencia sin cuestionamientos; lo cual, no tiene nada que ver con la lealtad, que se basa en la confianza y el respeto.
En el caso de la violencia doméstica, las víctimas de abuso reciben un trato degradante; ya que el agresor abusa de su poder para controlar, manipular y someter a la víctima, destruyendo su dignidad y su capacidad de tomar decisiones autónomas. Este tipo de abuso no solo afecta el cuerpo de la persona, sino también su autoestima, su percepción de sí misma y su relación con la sociedad.
La lucha contra el abuso de poder es esencial para proteger la integridad de las personas y garantizar el respeto a sus derechos fundamentales. El ejercicio responsable del poder, la existencia de mecanismos de control y la sensibilización de la sociedad sobre la importancia de la dignidad humana son elementos fundamentales para prevenir y erradicar las prácticas abusivas.