Por: Wellington Toapanta
Las denominaciones religiosas evangélicas, minoritarias en Ecuador, han intentado administrar el país en los últimos 16 años; una nueva está en línea para el balotaje del 13 de abril próximo.
En Ecuador, el evangelismo es notorio desde el 7 de julio de 1896 con los predicadores estadounidenses G. Fisher, J.A. Strain y F.W. Farnoll, quienes ingresaron con una carta firmada por Luis Felipe Carbo, entonces Ministro Plenipotenciario de Ecuador en Estados Unidos, dirigida a Eloy Alfaro. Un año después llegaron las señoras Strain, Reed y la joven Lettie Basore. Ocurrió un año después de la revolución alfarista y uno antes del cese del Concordato de 1862, firmado por el régimen clerical de Gabriel García Moreno con el Vaticano.
La Constitución de 1897 suprimió el Concordato, pero mantuvo al catolicismo como religión oficial, aunque determinó que “El Estado respeta las creencias religiosas de los habitantes del Ecuador”, fue la suprema normativa de 1906 la que fijó la “libertad de conciencia en todos sus aspectos y manifestaciones, en tanto que estas no sean contrarias a la moral y al orden público”.
En 2012 el INEC mostró el mapa religioso ecuatoriano; reveló que el 80,4% de la población era católica, 11,3% protestante, 1,3% Testigos de Jehová y 6,7% seguían otras religiones o ninguna.
Ya en 2009, Melba Jácome, del ministerio “Generales de intercesión” pujó por ser gobernante con el Movimiento Tierra Fértil; en 2013 el evangélico Nelson Zavala intentó por el roldosismo y en 2021 el predicador Gerson Almeida por el Movimiento Ecuatoriano Unido. Obtuvieron menos del 2% de los votos.
Quizá por ese 11% que representaría hoy la población evangélica, hace poco la ‘revolucionaria’ Luisa González divulgó su filiación al heterogéneo protestantismo. “No nos representa”, han exclamado varios pastores y ven a la presidenciable ajena a su fe por su íntima liga con el correísmo, que ha sido descrito como “organización secreta al margen de la ley”, en el caso Ligados.