Las condiciones del neurodesarrollo influyen en la forma en que un individuo percibe, aprende y se comunica con su entorno. Sin embargo, para millones de niños y adolescentes en el mundo, estas diferencias pueden convertirse en barreras que limitan su bienestar.

Según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y UNICEF, en 2019 al menos 317 millones de niños y jóvenes vivieron con afecciones que contribuyeron a una discapacidad del desarrollo, muchas veces enfrentando estigmatización, exclusión social y dificultades para acceder a atención médica adecuada.
Entre los trastornos del neurodesarrollo más conocidos se encuentran el síndrome de Down, el trastorno del espectro autista (TEA) y el síndrome de Asperger. El síndrome de Down, causado por la presencia de una copia extra del cromosoma 21, puede afectar el desarrollo cognitivo y físico.
Por su parte, el TEA y el Asperger impactan la forma en que una persona socializa y percibe el mundo, generando dificultades en la comunicación y la interacción social. Otro de estos trastornos es el síndrome de Rett, que es una enfermedad congénita poco frecuente que afecta mayormente a niñas y se caracteriza por la pérdida progresiva de habilidades motoras y del lenguaje, lo que hace esencial un acompañamiento médico y terapéutico continuo.
Garantizar el bienestar de estos niños y adolescentes no debe ser una responsabilidad exclusiva de sus familias, sino un esfuerzo colectivo que requiere redes de apoyo y acceso a servicios médicos y terapéuticos integrales. Así lo señala María Mercedes Ganán Aillón, Directora de Inteligencia Clínica de Ecuasanitas:
“El bienestar no es una responsabilidad exclusiva de las familias con personas con trastornos del neurodesarrollo; es un esfuerzo colectivo que requiere redes de apoyo y acceso a servicios integrales, lo que nos lleva a reflexionar sobre la importancia de construir entornos inclusivos y saludables. Además, comprenderlas desde este enfoque las desmitifica y fortalece su inclusión en la sociedad”.
Los niños y adolescentes con trastornos del neurodesarrollo requieren una sociedad que les brinde oportunidades para alcanzar su máximo potencial e independencia. Un entorno saludable implica espacios inclusivos, sin barreras, accesibles y adaptados a sus necesidades.
La responsabilidad de su bienestar es compartida entre el sistema de salud, las instituciones privadas y la sociedad. Sensibilizar, ampliar la oferta de servicios médicos y su cobertura; y fortalecer redes de apoyo son tangibles e indispensables para conseguir bienestar pleno.
Estas acciones no solo benefician a ellos, sino que también promueven una sociedad más equitativa, empática y que valore la neurodiversidad.