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domingo, mayo 4, 2025

Puro esfuerzo y pedal de Pedro Benalcázar

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CICLISMO

Pedro Benalcázar, un joven cuencano de 21 años, firmó una de las gestas más emocionantes del deporte ecuatoriano. Se consagró como campeón mundial BMX, Sub 23 en Rock Hill, Estados Unidos, una proeza que es resultado de años de disciplina, sacrificios silenciosos y sueños empujados cuesta arriba.

Pedro Benalcázar campeón mundial de BMX.

El título no es un golpe de suerte. Benalcázar ha tejido su camino con hilos de constancia desde que era un niño que jugaba en los exteriores del restaurante de su madre en Cuenca, montado en su bicicleta como quien imagina que el mundo comienza y termina en dos ruedas.

Fue precisamente ese juego el que lo llevó a su primer encuentro con el BMX, una disciplina que lo conquistó entre miedos y caídas, pero también coraje. “Lloré el primer día que fui a la pista. No quería bajarme del partidor, me daba miedo”, recuerda hoy Pedro, con una mezcla de risa y nostalgia.

Pero ese temor inicial pronto fue reemplazado por el deseo de superar sus límites y aprender a volar sobre el asfalto. De a poco, su bicicleta dejó de ser un juguete para convertirse en extensión de su cuerpo, en vehículo hacia un futuro impensado.

Su ídolo de infancia fue otro grande del BMX ecuatoriano: Alfredo Campo, múltiple olímpico y campeón panamericano. Desde las tribunas, Pedro lo miraba competir y ganaba en él la certeza de que, algún día, podría alcanzar esa misma grandeza. “Yo lo veía ganar y pensaba: ‘yo también quiero eso’”, confiesa.

Lo que comenzó como admiración terminó siendo una hermandad forjada en la pista: Campo pasó de referente a compañero de selección y, con el tiempo, a su entrenador. En la final, Pedro hizo lo que mejor sabe: confiar en su trabajo. Partió con explosividad, tomó la delantera desde la primera rampa y no soltó la punta.

Cada pedalazo le acercaba al objetivo. Cada curva, una prueba más. Cuando cruzó la meta, lo hizo solo, al frente, como símbolo de todo el esfuerzo invertido durante más de una década. Luego, vino el desahogo: abrazos, lágrimas y la emoción de saberse campeón del mundo.

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