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lunes, mayo 12, 2025

Papa nuevo, Iglesia perenne

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Por: Carlos Freile

Cuando falleció Pío VI, en las cárceles de los revolucionarios franceses, uno de ellos dio la noticia con soberbia seguridad: “Ha muerto Pío VI y último”; han pasado más dos siglos y del burócrata nadie se acuerda, pero el papado sigue, al igual que la Iglesia. Lo demuestra la elección de León XIV. Es cierto que existen problemas internos y externos, que el mundo (en sentido teológico) siempre está al acecho para acabar con “la Infame”, como decía Voltaire, el cual, sin embargo, a las puertas de la muerte ya no la vio tan malsana y pidió volver a ella.

A los católicos no nos debiera preocupar demasiado quién es el hombre que ocupa el lugar de san Pedro sino su función; puede llamarse Pacelli o Wojtyla, Ratzinger o Prevost, lo fundamental es su nueva realidad y misión simbolizadas en su nuevo nombre. Siempre será válido el consejo de san Juan Bosco a sus muchachos al pedirles que no gritaran “¡Viva Pío IX!” sino “¡Viva el papa!” para indicar el respeto a su papel central en la vida de la Iglesia, más allá de sus peculiaridades personales, sin desconocer que las notas individuales, positivas y negativas, influyen en sus actuaciones.

Los sabios, y los que no lo son mucho, ya se encargarán de darnos un perfil del nuevo papa, con sus luces y sombras de acuerdo a cada perspectiva, a cada postura ideológica. Hablarán de su pasado y de sus ejecutorias, pero, sobre todo, propondrán proyectos y planes, indicarán con autoridad por donde deberá transitar; llegarán las simplificaciones y las generalidades de diccionario de bolsillo o, para ser más actual, de Internet.

Lo importante es que la Iglesia sigue, a trompicones, como siempre, con sus santos (pocos), sus pecadores (muchos) y sus mediocres (la mayoría). Estamos seguros que el nuevo papa continuará con sus dos “múnera”, obligaciones, el “munus docendi”, el deber de enseñar, y el “munus regendi”, el deber de dirigir, que se le impusieron desde su ordenación sacerdotal y ahora especificados, agrandados, fortalecidos, por la elección cardenalicia.

Cada papa pone su sello personal a sus acciones, tiene su estilo propio. Vimos, por ejemplo, que León XIV regresó a la vestimenta tradicional (muceta y estola) de los papas al salir al balcón de la loggia vaticana por primera vez, de manera diferente a como lo hizo Francisco. El Espíritu Santo guía a la Iglesia (rían los incrédulos) pero la libertad humana queda incólume; así caminamos con esperanza, más allá y más acá de los aplausos o vituperios de quienes desprecian la fe y sus obras, porque tanto el papa, como el más humilde de los católicos “no debe obedecer a los hombres sino a Dios”, como dijo san Pedro, precisamente; y sabemos, con certeza, que “las puertas del Infierno no prevalecerán contra la Iglesia”.

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