
Por. Eduardo Díaz A.
Hay que buscar la verdad, abrazar tanto la fe como la razón, y para eso primero hay que descubrirla, porque independientemente de nuestra subjetividad, lo cierto es, que la verdad existe por sí misma. Aristóteles definió la verdad como la adecuación de la mente a la realidad (adaequatio intellectus et rei). Descubrir la verdad es un proceso de toda la vida; no la posees, no la tienes, pero puedes acceder a ella.
A la verdad hay que anunciarla, con la determinación necesaria para destapar la violencia, la corrupción; revelarla y confrontarla, para desenmascarar la mentira, Tomás de Aquino en su obra “Summa Theologica”, integró la filosofía aristotélica y señaló que quien calla la verdad necesaria después de conocerla actúa por cobardía. ¿Como anunciarla? Como la ilustración que se hace en la historia “El emperador está desnudo” de Hans Christian Andersen, que expone cómo un niño dice una obvia verdad que todos ignoran por miedo o por no querer parecer ignorantes.
La vida por la verdad, es estar dispuestos a todo, como lo hizo Tomas Moro, un mártir de la conciencia y la verdad, quien murió decapitado, por orden del rey Enrique VIII, previo al hecho de su muerte afirmó: “Si decir la verdad y sostenerme en mi conciencia implica la muerte, entonces de buena fe decido no seguir viviendo”
Necesitamos una brújula que apunte hacia el infinito océano de la sabiduría, Fulton Sheen afirmaba: “Llegará un momento en que un político estará dispuesto a perder todo lo que ha logrado con tal de no renunciar a la verdad; ese día será la restauración de las naciones y la verdad como principio fundamental de la política”.
En la “CARTA ENCÍCLICA FIDES ET RATIO DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II “ “La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. (cf. Ex 33, 18; Sal 27 [26], 8-9; 63 [62], 2-3; Jn 14, 8; 1 Jn 3, 2)