Ayer, 12 de agosto, el mundo conmemoró el Día Internacional de la Juventud, una fecha proclamada por la ONU para visibilizar los desafíos y aspiraciones de millones de jóvenes que construyen día a día el presente y el futuro de nuestras sociedades. Sin embargo, más allá de los discursos y celebraciones simbólicas, esta jornada debe ser una oportunidad para analizar críticamente el lugar que realmente ocupa la juventud en nuestras políticas, economías y culturas.
El Día Internacional de la Juventud es el día de esa edad que desborda energía, vigor, frescura, entusiasmo, que sabe a promesa, a nuevo amanecer, que ama con pasión la verdad y el bien, que anhela una vida plena de belleza y libertad, que se atreve a andar contra corriente y a proclamar con fuerza y entusiasmo sus espacios; que no teme los sacrificios desinteresados; que no conoce de egoísmos; que animosa y vencedora, se llena de esperanza en la construcción de su identidad y de su futuro, más allá de sus excesos naturales y, a veces, superfluos.
Y claro, también, es la edad de vivir experiencias de participación política basadas en las ideas revolucionarias donde la cuestión principal es transformar al mundo; mostrando sus cuestionamientos, anhelos, ideales y perspectivas frente al mundo en el que viven.
Y es que el comportamiento colectivo de los jóvenes ha tenido distintos efectos sobre la cultura a lo largo del tiempo porque van en contra de las tendencias y formas sociales en las que conviven, son revolucionarios en aspectos morales, sociales e incluso políticos. Son los únicos que se atreven a salir a las calles a manifestar y luchar por sus ideales, a soñar con un mundo mejor; y con sus palabras, acciones, pensamientos se convierten en protagonistas de cambios, arquitectos de mejores destinos, entes capaces de cambiar la historia. Con mucho acierto el ilustre ambateño Juan Montalvo afirmaba: “Los revolucionarios nunca han sido viejos” Y sentenciaba “¡Ay de los pueblos cuya juventud no haga temblar a los tiranos!”.
En definitiva, el 12 de agosto que lo conmemoramos ayer, como un compromiso con la juventud, va más allá de un día en el calendario. Implica construir sociedades donde cada joven pueda soñar, decidir y construir su proyecto de vida en libertad, dignidad y esperanza.