Riley Sheehan aprendió de la manera más dolorosa que en el ciclismo nada está definido hasta cruzar la línea de meta, incluso cuando la victoria parece asegurada y la celebración se adelanta. Jhonatan Narváez, el “Lagarto” ecuatoriano, apareció con toda su experiencia y garra para recordarle que en este deporte hay que sostener hasta el último pedalazo.
La etapa había estado marcada por una fuga de tres corredores que le dio emoción al recorrido. Entre ellos estaba Narváez, un ciclista que ya había demostrado en ediciones anteriores su capacidad de resistencia y su instinto para rematar en terrenos exigentes.
El ritmo fue intenso y las fuerzas empezaban a mermar en los últimos kilómetros, lo que anunciaba un cierre apretado y de alto voltaje. En el tramo final, Sheehan se lanzó con un ataque certero, sacando algunos metros de ventaja justo cuando la meta ya asomaba a la vista.
El estadounidense parecía tener todo bajo control; la diferencia era clara, suficiente como para pensar que el triunfo era suyo. Con la confianza desbordada, levantó los brazos en señal de victoria cuando apenas faltaban segundos para cruzar la línea. Pero ese instante de confianza resultó ser su mayor error.
Narváez, fiel a su estilo aguerrido, no se dio por vencido. Desde atrás lanzó un sprint demoledor, con potencia y precisión, que sorprendió a todos. Recuperó terreno en apenas milésimas de segundo y, con un golpe de riñón decisivo, cruzó la meta primero.
La imagen fue contundente: mientras Sheehan festejaba antes de tiempo, el ecuatoriano lo superaba con autoridad, desatando la sorpresa y el silencio del festejo prematuro.
