Por: Fedgar
Recorrer hoy las carreteras del Ecuador es suficiente para entender por qué el país no despega. La red vial está en franco deterioro, convertida en símbolo del abandono estatal, de la corrupción enquistada y de la indiferencia política. Las vías, que deberían unir y desarrollar al país, hoy son un recordatorio diario de que los discursos oficiales nunca se traducen en realidades.
No se trata solo de incomodidad: hablamos de vidas humanas. Baches gigantescos, puentes al borde del colapso y tramos enteros devorados por deslaves convierten cada viaje en una ruleta rusa. El ciudadano paga impuestos y peajes, pero a cambio recibe riesgo, daño a su vehículo y, en el peor de los casos, la muerte. ¿Quién responde? Nadie. La impunidad es la única carretera que siempre está abierta.
El deterioro vial destruye economías locales enteras. Agricultores que no pueden sacar sus cosechas, transportistas que pierden dinero y turistas que prefieren no volver. Cada invierno las mismas escenas: carreteras bloqueadas, comunidades incomunicadas y autoridades que improvisan con maquinaria alquilada. Parches que duran semanas, mientras el país sigue perdiendo millones.
El problema no es solo la falta de inversión, sino la podredumbre en su manejo. Carreteras recién inauguradas ya están agrietadas, contratos millonarios se diluyen en sobreprecios y fiscalizaciones fantasmas. No es que el Ecuador no tenga recursos, es que los recursos se diluyen en la corrupción. Cada bache no solo es un hueco en el asfalto: es un hueco en la honestidad pública.
Sin carreteras seguras y modernas, no hay desarrollo posible. Hablar de competitividad, turismo o integración es pura retórica si los caminos están rotos. La red vial es el sistema circulatorio de la economía, y hoy el Ecuador está al borde de un infarto.
Recuerdo que, a los gobiernos de Moreno y Lasso, se les sugirió que concesionen las carreteras del país, a fin de precautelar su mantenimiento, pero se hizo caso omiso. Ese descuido está pasando factura al gobierno de Novoa y el reclamo, se centra contra la actual administración.
Como soñar no cuesta nada, desgraciadamente, el país no puede seguir tolerando que su infraestructura se caiga a pedazos mientras sus gobernantes y politiqueros, se enredan en discursos vacíos y promesas incumplidas. La red vial en ruinas es el espejo de un Estado que prefiere administrar el desastre en lugar de resolverlo. Ya no es hora de diagnósticos, es hora de exigir rendición de cuentas. Porque un país que no puede garantizar carreteras seguras, tampoco puede garantizar un futuro próspero.