Por: Beatriz Viteri Naranjo
Hablar de prevención del suicidio es, ante todo, hablar de la necesidad urgente de promover, proteger y atender la salud mental de las personas, sin estigmas, sin prejuicios y con una mirada integral y compasiva.
El suicidio no siempre es el resultado de una única causa; se trata de un desenlace trágico precedido generalmente por una combinación de factores psicológicos, sociales, biológicos y culturales, como trastornos de salud mental, consumo problemático de sustancias, experiencias de violencia, abuso o negligencia, pérdidas personales significativas, como la muerte de un ser querido, rupturas afectivas o desempleo, así como, sentimientos prolongados de desesperanza, aislamiento o inutilidad.
La mayoría de las personas que piensan en el suicidio no desean realmente morir, sino que buscan poner fin a un sufrimiento emocional que les resulta insoportable; de hí la importancia de la detección temprana, la intervención oportuna y el acceso a servicios de salud mental adecuado, pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
El pasado 10 de septiembre se conmemoró el Día Mundial para la Prevención del Suicidio; fecha en la que se desarrollan múltiples actividades de concientización, con la esperanza de sensibilizar, reflexionar, y, sobre todo, para actuar frente a una de las problemáticas más sensibles y urgentes de nuestra época; más allá de estadísticas, es importante hablar de vidas truncadas, familias devastadas y sociedades que deben enfrentar el dolor de una pérdida evitable.
La salud mental es un derecho, no un privilegio; sin embargo, durante décadas, la salud mental ha sido relegada a un segundo plano en las políticas públicas, los sistemas de salud y las conversaciones sociales; sin embargo, no puede haber salud, sin salud mental.
En muchas culturas, hablar de depresión, ansiedad o ideas suicidas sigue siendo tabú; a quienes padecen estas condiciones se les dice que “todo está en su cabeza”, que “deben poner de su parte” o que “hay problemas peores”. Estas actitudes que minimizan la condición no solo profundizan el sufrimiento, sino que también alejan a las personas de las redes de apoyo y les impiden acceder a tratamientos efectivos.
Reconocer la salud mental como un componente esencial del bienestar humano es un primer paso para prevenir el suicidio; ello implica: promover campañas de educación y sensibilización desde edades tempranas; iniciar desde el entorno más cercano, la familia; estar atentos a ciertos cambios en el comportamiento de una persona puede ayudar a intervenir a tiempo. Lo más importante es no juzgar ni minimizar el dolor, sino brindar apoyo y acompañamiento.
Como sociedad, debemos construir entornos más empáticos, solidarios y humanos, donde se fomente la conexión, la escucha activa y la contención emocional. Los medios de comunicación también cumplen un rol fundamental, al informar sobre el suicidio de manera responsable, evitando el sensacionalismo y ofreciendo recursos de ayuda, puede contribuir a reducir el riesgo de conductas imitadoras y a difundir mensajes esperanzadores.
Crear esperanza a través de la acción; cada pequeño gesto puede ser una luz en la oscuridad de alguien; porque la prevención del suicidio comienza cuando dejamos de mirar hacia otro lado y decidimos, activamente, cuidar la salud mental como un derecho humano fundamental.