CICLISMO
A los 17 años, Andriu Saigua ya se ha ganado un lugar en el ciclismo nacional, pero su historia no se sostiene en un plan de formación ni en un respaldo constante de las instituciones deportivas. La historia de Andriu es la consecuencia de un esfuerzo personal que interpela al sistema y deja al descubierto las falencias de la estructura que debería acompañar a los nuevos talentos.

El joven riobambeño jamás pensó en la bicicleta como un destino. Su vida deportiva empezó en las canchas de la escuela formativa de Liga Deportiva Universitaria en la filial de Riobamba, enfocado en el fútbol y con la disciplina que exige el balompié organizado.
Fue allí cuando sus padres, en un gesto de apoyo cotidiano, le regalaron una bicicleta común, sin pretensiones competitivas, apenas útil para trasladarse de un lugar a otro. Esa herramienta, que parecía solo un recurso práctico, fue el inicio de un camino inesperado.
Andriu empezó a rodar en montaña, a pedalear en rutas nocturnas, a entrenar sin más guía que su propio instinto y el entusiasmo de coincidir con otros ciclistas. El cambio no fue fácil. Al inicio tuvo que aprender solo, sin entrenador ni condiciones ideales, pero con una determinación férrea que lo llevó a forjarse como ciclista en un entorno que no siempre estuvo preparado para acogerlo.
Esa constancia pronto empezó a rendir frutos. En las competencias juveniles, Saigua es un habitual protagonista defendiendo a Chimborazo, ha sido medallista en varias pruebas nacionales y en el Campeonato Nacional de Pista Juvenil 2025, logró el oro en persecución individual.
Saigua no cuenta con apoyo de las instituciones llamadas a sostener una carrera prometedora. Su desarrollo deportivo depende, de la voluntad de contactos particulares y del sacrificio de su familia. El caso de Andriu es una historia de orgullo y de deuda.
Orgullo, porque ha demostrado que los sueños se cumplen. y deuda porque su ejemplo desnuda la indiferencia de un sistema que no logra responder a quienes ya muestran resultados.