Por: Pablo Granja
En 1998, H. Chávez ganó las elecciones. Muy pronto el mundo supo que sus promesas de campaña fueron un engaño. Manipuló para perennizarse en el poder; persiguió a los medios independientes; hizo de la expropiación una noticia mañanera; por el acoso, la empresa privada se redujo de 800 mil a 270 mil compañías; impulsó el “Socialismo del siglo XXI”. Desmanteló la estructura del Estado sustituyendo a tecnócratas por chavistas sin escrúpulos. Ofreció incrementar la producción petrolera a 6 millones de barriles diarios, pero bajó a menos de 750 mil. Mientras duró la bonanza petrolera se proyectó como el benefactor de gobiernos afines y de aliados. Incrementó los subsidios distorsionando brutalmente la economía. La inflación llegó a ser la más alta del mundo, y el salario mínimo descendió a niveles apenas por encima de los de Haití y Cuba. Sus escogidos se beneficiaron de la riqueza, entre ellos sus hijas. Los funcionarios que maldecían al “Imperio” eran viajeros frecuentes a hacer sus compras en él, mientras el pueblo era estrangulado sistemáticamente. Para disfrazar esta miseria humana, repetía que “ser rico es pecado”, y que “para ir al Cielo hay que ser pobre”.
Antes de morir, alguien dijo que ni planificando se podía alcanzar tales condiciones de desastre. Pero, todo empeoró al asumir el sucesor designado, Nicolás Maduro, que potenció la corrupción, la persecución, el desplome económico y social. Incuestionablemente ignorante, ha sido funcional a los intereses más nefastos, oscuros y corruptos.
No se puede explicar de otra manera. Venezuela tiene las reservas más grandes del mundo en gas, oro y petróleo, pero en el 2019 tuvo que importar naftas de Colombia. Al perder su capacidad de refinación, las termoeléctricas se apagaron por falta de combustible y hubo escasez de gasolinas. También tiene reservas de 300.000 millones de quilates de diamantes, y gigantescas de minerales como coltán, thorium, hierro, cobre y plata. A pesar de esta riqueza, el salario mínimo está entre 1 y 4 dólares mensuales, provocando una diáspora de casi 8 millones de venezolanos. Todo esto pese al asesoramiento de dos exministros de economía de R. Correa, o quizás precisamente por eso.
Maduro convirtió a su país en centro de entrenamiento de guerrillas islámicas, y de albergue de guerrilleros y prófugos de la zona. Acusado de ser el capo del cartel de los Soles que, con el respaldo del Tren de Aragua, introducen fentanilo y otras drogas en los Estados Unidos, es la razón para que el presidente Trump decida capturar al delincuente, que es distinto a promover un golpe de Estado. Hay beneficiarios que protestan y rechazan el cerco actual de la marina norteamericana; entre ellos R. Correa, a pesar que él pidió lo mismo a México en contra de Ecuador cuando fracasó la huida de J. Glas. Es tan firme la decisión y descomunal el despliegue de fuerzas que – autores, cómplices y encubridores – estarán cambiando el grito “Patria o muerte”, por “¡A correr, que todo es pampa!”.