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domingo, agosto 24, 2025

Alzheimer: una despedida lenta y silenciosa

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Por: Beatriz Viteri Naranjo

El devastador diagnóstico de Alzheimer generalmente pone a prueba las relaciones familiares; el inicio de una lucha del paciente por seguir conectado a la realidad es una de las dolencias más desgarradoras que puede sufrir una persona, no solo por los efectos progresivos que tiene sobre la memoria y la identidad del paciente, sino también por el profundo dolor emocional que causa a sus seres queridos; se torna en una despedida lenta, en la que la persona va desapareciendo poco a poco, aunque su cuerpo aún siga presente.

El Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa que afecta principalmente a personas mayores, que se caracteriza por una pérdida progresiva de la memoria, la capacidad de razonar, de comunicarse y, en etapas avanzadas, incluso de realizar tareas básicas como comer o vestirse. A pesar de que se han logrado avances en la investigación, hasta el momento no existe cura, y los tratamientos actuales solo ayudan a ralentizar el progreso o aliviar algunos síntomas.

Lo más trágico de esta enfermedad, sin duda, es que roba lo más esencial de cada ser humano: sus recuerdos, su historia, su identidad; ya que, la persona que la sufre, en cierto momento, deja de reconocerse a sí misma, a sus hijos, a su pareja, y al mundo que la rodea.

Puede haber momentos de lucidez, destellos de conciencia, miradas que parecen decir “aún estoy aquí”, abrazos que parecen volver a conectar a la persona con sus emociones más profundas, que se vuelven instantes hermosos, que muchos familiares atesoran con amor.

Sin duda, el impacto emocional para la familia es muy grande e indescriptible, porque el diagnóstico no solo afecta a una persona, sino, a su núcleo más cercano, que debe adaptarse a una nueva realidad: padres, hijos, esposos, hermanos; todos se ven afectados por la progresiva desaparición del ser querido, lo que se convierte en un duelo anticipado.

El cuidado de una persona con Alzheimer exige tiempo, paciencia, energía y, muchas veces, recursos, que no todas las familias tienen; muchos cuidadores pueden terminar agotados, aislados, deprimidos; sin embargo, aunque esta terrible enfermedad borra recuerdos, no borra sentimientos. Muchos especialistas coinciden en que las emociones pueden perdurar incluso cuando el lenguaje y la memoria han desaparecido; el tono de voz, una caricia, una canción, un aroma, todo ello puede seguir tocando el corazón del paciente, incluso en fases avanzadas.

El amor y la presencia de la familia son fundamentales; no se trata de curar, porque no se puede, sino de acompañar; de cuidar con ternura, de sostener la dignidad del ser querido hasta el final; de hablarle, aunque no responda; de abrazarle, aunque no reconozca; de mirarle con los mismos ojos con los que siempre se le miró.

El Alzheimer pone a prueba la capacidad de amar sin condiciones, de aceptar lo irreversible y de encontrar sentido incluso en el dolor; puede ser también una oportunidad para reencontrarse con el valor de lo esencial: la paciencia, la compasión, la humildad.

Quizá, una de las lecciones más profundas que deja el Alzheimer es que la vida no se define solo por lo que recordamos, sino también por lo que sentimos y lo que hacemos sentir a los demás, ya que, incluso cuando los recuerdos se desvanecen, el amor puede seguir presente. Es un llamado a la empatía, a la comprensión, y al amor incondicional; y, aunque no se pueda detener su avance, sí se puede llenar ese camino de cuidado, de respeto y de humanidad, porque en medio del olvido, aún se puede seguir amando; y, a veces, eso es más fuerte que cualquier memoria perdida.

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