Su relato tiene una historia de amenazas, sobornos, fusiles apuntando a jugadores y la presión de estructuras criminales que han encontrado en el balompié nacional un terreno fértil para manipular resultados.
Todo comenzó con una reunión que parecía rutinaria. Los futbolistas fueron convocados por los hijos del presidente de un club de la Serie B, quienes aseguraban que la institución estaba en quiebra. “Nos dijeron que había dos personas interesadas en invertir”, relató el jugador. El supuesto “apoyo económico” pronto reveló su verdadero rostro, dinero a cambio de errores en la cancha.
La propuesta era $5.000 por provocar un gol en contra, la misma cifra por un penal cometido, y hasta $20.000 por partido si se cumplían los encargos. El mecanismo incluía un pago inicial, a modo de “anticipo”, que debía ser devuelto en caso de incumplimiento. En otras palabras, un contrato bajo amenaza. El jugador relata que una noche, mientras cenaban, el grupo de jugadores fue sorprendido por una comitiva de extranjeros. Una mujer, supuesta intermediaria, entró al lugar y segundos después irrumpieron hombres armados con fusiles y pistolas. “Nos amarraron, nos pisaron, nos robaron.
A mí me partieron la cabeza con la cacha de una pistola”, narró la víctima. Según su testimonio, los atacantes se identificaron como brasileños con nexos directos con un grupo criminal. En el estadio Bellavista, antes de un partido, los jugadores fueron nuevamente intimidados. Afuera del camerino, hombres armados esperaban para asegurarse de que el plan se cumpliera.
La presión era insoportable: “Cualquier persona, por más fuerte que sea, termina cediendo. Es cuestión de sobrevivir”, confesó; esa frase fue suficiente para entender que su vida estaba en riesgo. Compró un boleto y abandonó Ecuador al día siguiente, sin tiempo de despedirse ni de denunciar.
