Por: Eduardo Naranjo
Los humanos utilizamos la “creencia” como una forma de guiarnos en el tránsito astral a través del tiempo, esta construye el cerebro sobre observaciones y suposiciones, que las interacciones neuronales estructuran en función de una relación individuo-medio ambiente, resultante de percibir información captada del sistema en el que vivimos.
La relación de conocimiento con el entorno es intuitiva y subjetiva, determinando que podamos tener creencias sólidas o superficiales dependiendo en que fundamentemos nuestro constructo mental, sin embargo la creencia independientemente de su solidez con los hechos, es fuerza fundamental en el sostenimiento de nuestras acciones.
La complejidad de una creencia radica en cuanto esta pueda ser “verdadera o falsa”, con relación a cualquier tipo de acontecimiento intuición o percepción, puesto que esta estructura que sostiene nuestra homeostasis, en buena medida es influenciada por la parte emocional del humano, actitud que corresponde a nuestra raíz primitiva del cerebro que contiene lo que conocemos como instinto, donde también están involucradas las emociones, por eso a pesar de ser fundamental para actuar también puede conducirnos a errores.
Fundamentar una creencia para convertirla en certeza resulta muy complicado puesto que nosotros vivimos pegados a estas, como parte de la motivación vital y es lo que hace tan poderosa a esta forma de “conocimiento” que nos puede llevar a convertirnos en héroes o mártires.
Con el dinamismo de los flujos de información en que actualmente “flotan” numerosos mensajes falsos, la serenidad es necesaria y el análisis en cada movimiento para poder asegurar nuestras decisiones, sin embargo la dificultad está a veces en lograr despojarnos de la influencia de lo que sostenemos, para tratar de alcanzar la realidad de los hechos lo que es muy difícil, porque la creencia tiene raíces casi imposibles de cortar, de allí que una decisión basada en una creencia puede resultar fatal.