Por: Giuseppe Cabrera
En los últimos días, ha resurgido con fuerza en redes sociales una crítica frontal a la Corte Constitucional. Voces que la acusan de “obstruccionista”, “política” o incluso de “inútil”, piden su eliminación o su reemplazo por mecanismos supuestamente “más democráticos”. Pero detrás de este impulso no hay una verdadera preocupación institucional, sino una peligrosa incomodidad con los contrapesos. Es decir, con la democracia misma.
La Corte Constitucional no es un ornamento ni un grupo de sabios al margen de la realidad política. Es una institución clave del Estado de derecho. Su función es garantizar que las leyes y actos de los poderes públicos no violen los derechos ni desborden los límites constitucionales. El principio es simple: sin una entidad que interprete y haga respetar la Constitución, esta se convierte en un texto vacío. En una democracia moderna, donde los excesos de poder pueden venir desde el Ejecutivo, el Legislativo o incluso desde las mayorías sociales, la Corte actúa como un muro de contención.
No obstante, defender la Corte no implica idealizarla. Como toda institución, debe ser exigida, vigilada y perfeccionada. Pero eliminarla o debilitarla porque algunas decisiones no nos gustan revela una lógica que solo acepta la justicia si esta confirma los prejuicios de turno.
Ahora bien, sería un error contraponer la Corte al Legislativo. Lo que urge no es debilitar al primero, sino fortalecer al segundo. Un Parlamento sin iniciativa ni independencia cede terreno que luego otros llenan. Cuando los legisladores se contentan con la pasividad o el cálculo, la Corte aparece como el único actor con brújula institucional. Esto no es culpa de los jueces, sino del vacío que dejan los políticos.
La solución no es eliminar la Corte, sino rescatar el rol legislativo. En vez de dinamitar instituciones, hay que reconstruir la arquitectura democrática: con jueces que hagan respetar la Constitución y con asambleístas que la honren en cada ley.
Porque si los tribunales constitucionales incomodan, es porque la democracia aún respira.