EDITORIAL
Hoy, 31 de octubre, se celebran dos fechas contrapuestas: el Día del Escudo Nacional, nuestra insignia de dignidad republicana y el Halloween, conocida como Noche de Brujas o Día de Brujas, fiesta internacional de origen celta que nada tiene que ver con nuestra cultura e identidad.
¿Cuál de las dos celebraciones es más conocida y festejada por la juventud? Seguramente el Halloween. El Día del Escudo Nacional, recluido a espacios educativos únicamente, pasa a segundo plano en el colectivo ciudadano. Por supuesto que, más allá de chauvinismos y patrioterismos obsoletos, sería más formativo, más importante y trascendente para el alma de la niñez y la juventud ecuatorianas celebrar el Día del Escudo que el de Halloween; sin embargo, este fenómeno de aculturación en que se recuerdan a los demonios, se hacen fiestas nocturnas de disfraces, ha calado más en el alma juvenil. Lo lamentable es que. incluso, en ciertas instituciones educativas, se celebra el Halloween con mucha algarabía y tono festivo, y se olvida o pasa a segundo plano la celebración cívica.
El Escudo Nacional, junto a otros símbolos, son representaciones sensorialmente perceptibles de nuestra Patria que sublimizan, engrandecen, exaltan sus glorias, su cultura, sus hechos, cual antorchas en el firmamento de la historia; despiertan el civismo, la lealtad a la democracia, el patriotismo y nos hacen merecedores de mejores destinos a partir del esfuerzo, el trabajo, la convivencia civilizada.
Algunas instituciones como la Brigada Blindada Galápagos, acantonada en Riobamba, suelen realizar actos públicos en un marco de solemnidad y patriotismo para rendir honor a nuestro Escudo, considerando que cada uno de sus elementos: el sol, el cóndor, el volcán, el río, los signos del zodíaco nos evocan algo de nuestra querida patria y de su historia. Son espacios de civismo, amor y respeto a lo nuestro, en medio de la frivolidad del “halloween” que cada vez se va posicionando más en el ambiente juvenil ecuatoriano.
