En 1965, mediante decreto de la Junta Militar, se fija el 26 de noviembre de cada año como el Día del Himno Nacional, a tiempo de establecer la obligatoriedad de cantarlo como apertura de los actos cívicos, deportivos, culturales y científicos, así como en los centros educativos al inicio de la semana educativa.
El propósito es exaltar las glorias de la Patria y alimentar el civismo del pueblo y su lealtad hacia lo que simboliza junto a la Bandera y el Escudo, en términos de valores, ideales, cultura, historia, identidad y otras significaciones altamente positivas que deben estar presentes en la cotidianidad de la ciudadanía, junto al acatamiento de la Constitución y las leyes, a la vivencia de los principios democráticos, al respeto y tolerancia de las ideas de los demás.
El Himno, nuestro Himno hay que cantarlo con unción cívica, entusiasmo y fuerza interior que refleje los más altos sentimientos de amor patrio. Pero también, mientras se cante o se escuche asumir un comportamiento decente y caballeroso como corresponde a buenos ciudadanos que aman y respetan a su Patria y a sus símbolos, símbolos que nos recuerdan nuestras raíces milenarias, nuestra naturaleza, la Pachamama de la que somos parte, las luchas sociales sostenidas por mujeres y hombres forjadores de nuestra libertad, de nuestra autoestima y orgullo de ser ecuatorianos, junto a nuestro compromiso históricamente ineludible con nuestro presente y nuestro futuro.
Es penosos constatar como en circunstancias especiales en las que se debe entonar las sagradas notas del Himno nacional, sesiones solemnes, actos cívicos, encuentros deportivos, inauguraciones y otros el comportamiento y actitud de los presentes no es respetuosa, edificante, es decir cívica en toda la extensión de la palabra. Generalmente, los que cantan el Himno son pocos, mientras los demás conversan, se desplazan de un lugar a otro, hacen cualquier cosa, menos corearlo con sentimiento de patria.