El próximo 1º de Octubre se celebra el Día Internacional del Adulto Mayor. La Constitución vigente establece que “se considerarán personas adultas mayores aquellas personas que hayan cumplido los sesenta y cinco años de edad”. Este grupo numeroso de ecuatorianos, muchos de ellos jubilados, son las personas que llevaron en sus manos la riendas y el destino de instituciones, son quienes a su hora, sudaron y soñaron por construir la patria; son quienes, con el señorío que confiere la experiencia, la serenidad, la sabiduría de las canas se encuentran de pie, para recibir los honores que la sociedad les adeuda; porque estos ciudadanos, a su hora, hicieron lo que debían haber hecho: dar su contingente en la construcción del país en todas las dimensiones.
La sociedad debe respetar a estas personas y su derecho a envejecer con dignidad, junto a sus familias y comunidades, libres del abandono, protegidos del abuso y la violencia. Lamentablemente, la vejez implica desvalorización del rol de las personas adultas en la sociedad, desconocimiento de su identidad, irrespeto a su condición, discriminación, maltrato, invisibilización, abandono familiar.
Después de los 65 años, las personas no son siquiera sujetos de crédito en el sistema financiero, pese a que la Constitución vigente establece que las personas adultas mayores recibirán atención prioritaria y especializada en los ámbitos público y privado, en especial en los campos de inclusión social y económica y protección contra la violencia; supuestamente gozan de rebajas en servicios públicos, exenciones en el régimen tributario, exoneraciones de ciertos pagos; lamentablemente, en la cotidianidad la realidad es diferente.
En el tema de la salud, la realidad es más crítica y, en ciertos casos deshumanizada, sobre todo en ciertos hospitales y clínicas donde los viejos, los de la tercera edad se ha convertido triste y dramáticamente, en material de desecho.
Se requiere entender la vejez como una etapa más del ciclo evolutivo, que aunque genera muchos cambios biológicos, psíquicos y sociales, no debe estigmatizarse ni discriminarse, sino más bien entenderla, aceptarla con las características propias de la edad, como la última etapa de una vida completa y plena de momentos e historias.