Si usted se olvidó algo en un taxi o si su celular, por descuido lo ha dejado en algún sitio, dele definitivamente por perdido, salvo casos excepcionales que, por milagro de algún santo, se lo devuelvan. De estos y otros casos abundan en la cotidianidad donde la deshonestidad campea, donde ha desaparecido la línea divisoria entre lo honesto y deshonesto, entre lo correcto e incorrecto, entre lo digno e indigno, entre la decencia e indecencia, entre la virtud y el vicio, entre la justicia e injusticia, entre la lealtad y deslealtad, en definitiva, entre los valores y antivalores.
Lamentablemente, las prácticas deshonestas están a todo nivel, no son patrimonio únicamente de ciertos políticos y dirigentes gremiales. Están enraizadas en nuestra sociedad. Cuando se da o se recibe una coima para evadir sanciones, cuando se corrompe a alguien con dádivas para agilizar trámites, cuando se irrespetan filas, cuando se saca buenas notas a base de copiar los exámenes y muchos otros supuestos pequeños actos de deshonestidad, se está incorporando la deshonestidad a la cotidianidad. Además, si “todos lo hacen”, es “normal”, es parte de la “picardía criolla”.
En el caso del sistema judicial ecuatoriano, la ciudadanía, con impotencia e ira contenidas, mira como el sistema se mueve en escenarios de corrupción con centenares de trámites judiciales represados a dedo, con obstrucción de la justicia implementada por el Consejo de la Judicatura liderada por un impredecible y auto sobrevalorado presidente quien, contra toda lógica democrática, decide que la mayoría es con dos de cinco votos, y otras payasadas de tarima politiquera.
Hay una crisis en el sector judicial, agravada por decisiones que se mueven a favor de la concentración de poder; con omisiones y sentencias que protegen a criminales, líderes mafiosos, narcos con medidas alternativas basadas en argumentos insustanciales, ilegales; con cárceles donde los delincuentes salen tan pronto como entran; con actores políticos que circulan libremente y con indignante desfachatez, descaro e insolencia para detener procesos, para exigir habeas corpus a diestra y siniestra, medidas cautelares; con pugnas entre la Corte Nacional, el Consejo de la Judicatura, el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, en función de intereses políticos, etc.
Ventajosamente, hay dos espacios donde se forjan de manera indestructible la honestidad, la decencia, la rectitud, el civismo y los más sólidos valores ciudadanos: el hogar y la educación. Ahí se generan, se cincelan los seres humanos íntegros, los ciudadanos amantes de la verdad y la justicia, los políticos honestos, los jueces probos y rectos, los trabajadores responsables, los verdaderos demócratas, las personas de bien; en fin, la honestidad en la cotidianidad.