Por: Pablo Granja
En 1868, el presidente norteamericano A. Johnson aprobó la jornada laboral de 8 horas para empleados de oficinas y jornaleros de obra pública, manteniendo un horario de 12 a 18 horas para quienes laboraban en las grandes fábricas. En algunos estados se permitía que los patronos aumenten la jornada laboral discrecionalmente, ocasionando que el 1 de mayo de 1886, se produzca una gran manifestación en Chicago dejando un saldo de muertos, heridos y 5 condenados a muerte acusados de causar una explosión letal. En 1889, la Segunda Internacional Socialista declaró al 1 de mayo como día de conmemoración de las demandas del sector obrero.
En adelante, muchos son los logros obtenidos: jornada laboral de 8 horas; creación de sistemas de seguridad que los protegen de enfermedades, riesgos laborales, invalidez y vejez; prohibición del trabajo infantil; derecho a huelga y la conformación de sindicatos; avances en igualdad salarial entre mujeres y hombres; salario mínimo; entorno laboral seguro y saludable; vacaciones y permisos remunerados; indemnización ante despido intempestivo.
Adicionalmente, en Ecuador se han establecido otros beneficios como el décimo tercer y décimo cuarto sueldos; fondos de reserva; licencias remuneradas por maternidad, paternidad y enfermedad; participación en las utilidades de la empresa, y uno adicional – invento del populismo zurdo – que es la jubilación patronal, que equivale a adoptar a un trabajador de por vida, luego de cumplidos 20 años de servicios en la empresa.
Si bien los trabajadores y obreros requieren de protección con leyes que eviten el abuso y garanticen su estabilidad laboral y otros derechos, también es cierto que demasiado proteccionismo afecta la creación de nuevos emprendimientos, el crecimiento de los negocios privados o la optimización del recurso humano en las empresas públicas. Debería revisarse el trabajo por horas, por ejemplo, que no constituye una amenaza sino un mecanismo para combatir el desempleo aprovechando la capacidad ociosa de las industrias, y que abriría la posibilidad de ingresos económicos de amas de casa, estudiantes o desempleados.
Un emprendedor además de arriesgar su capital aplica su esfuerzo y conocimiento, crea fuentes de empleo, dinamiza la economía, motiva la preparación técnica y profesional de sus empleados y funcionarios, son gestores de estabilidad social. Sin estímulos o con exigencias que se convierten en acoso, los inversionistas tienden a replegarse o buscar otros destinos para sus inversiones. En nuestro país se ha acogido el 16 de abril como el Día Mundial del Emprendimiento, pero es una fecha que pasa desapercibida porque los sectores más demagógicos, extremistas, dogmáticos y retrógradas de la izquierda se han encargado de demonizar al empleador, confrontándolo con obreros y trabajadores cuando en realidad son complementarios, y han convertido al empresario en “el malo de la película”.