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sábado, junio 14, 2025

El precio de decir la verdad

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Por: Sofía Cordero

El atentado contra Miguel Uribe Turbay, precandidato presidencial por el Centro Democrático en Colombia, no es solo un golpe brutal contra un líder joven y valiente, sino un reflejo escalofriante de lo que ya hemos vivido en Ecuador. La similitud con el asesinato de Fernando Villavicencio es tan dolorosa como reveladora: en ambos casos, el crimen organizado no solo actúa como fuerza económica o militar, sino como poder político. Decide quién puede hablar, quién puede postularse y, más aún, quién debe morir.

Colombia y Ecuador comparten mucho más que una frontera: comparten la tragedia de haber entregado partes de su Estado al narco. Ambos países son rehenes de una narcopolítica que infiltra campañas, financia partidos y silencia adversarios. En este escenario, las diferencias ideológicas se desvanecen ante una verdad incómoda: los socialismos del siglo XXI, con sus reacciones ambiguas, sus discursos victimistas y sus vínculos con redes ilegales, han sido parte del problema, no de la solución. Enfrentar esa realidad ha costado caro.

Pero hay diferencias. A pesar del atentado, Colombia tiene reservas democráticas: partidos con historia, liderazgos sólidos, alternativas reales. Miguel Uribe Turbay no está solo. Si sobrevive, podrá continuar una lucha compartida. Si no, hay quienes podrán seguirla. En Ecuador, en cambio, la muerte de Villavicencio no dejó un partido detrás, ni se ve con claridad una élite dispuesta a asumir el reto. La orfandad política ecuatoriana es angustiante. El actual Gobierno intenta, y merece una ciudadanía crítica y lúcida para valorar sus aciertos y señalar sus errores, pero ¿qué hay más allá? Las alternativas, los liderazgos no se ven, no llegan.

Ambos países —toda la región— deben comprender que esto ya no es una lucha por el poder: es una lucha por la vida, por la democracia misma. Las balas que hoy amenazan a Miguel Uribe, y que silenciaron a Villavicencio, son las mismas que han matado a miles. Ya no se puede postergar la batalla contra el crimen. Es ahora, o no habrá después.

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