La educación virtual, impulsada por la emergencia sanitaria global y adoptada ahora como parte del modelo educativo híbrido, ha revelado una verdad incuestionable: los padres no son simples espectadores del proceso educativo de sus hijos. En este nuevo escenario, su rol se ha vuelto más visible, más demandante y, al mismo tiempo, más necesario.
Durante años, la escuela y el hogar fueron espacios separados. La educación ocurría en el aula, mientras que el hogar quedaba relegado, en muchos casos, a tareas complementarias. Sin embargo, la virtualidad rompió esas barreras. Hoy, el hogar es también aula, y los padres —por elección o por necesidad— se han convertido en guías, tutores y motivadores.
Este nuevo rol no es sencillo. Muchos padres se enfrentan a la brecha tecnológica, al desconocimiento de estrategias pedagógicas o simplemente a la falta de tiempo. Aun así, su presencia puede marcar la diferencia entre un estudiante comprometido y uno desconectado, no solo del internet, sino del aprendizaje mismo.
No se trata de que los padres reemplacen a los docentes. El acompañamiento no exige dominar los contenidos académicos, sino generar un ambiente propicio para el estudio: establecer rutinas, motivar la autonomía, apoyar emocionalmente y estar presentes, incluso desde la escucha.
Por otro lado, el sistema educativo también debe asumir su parte. Formar a los padres, orientarlos y hacerlos partícipes activos de la educación es clave para que esta relación sea eficaz. No se puede exigir compromiso sin antes ofrecer herramientas. El rol de los padres en la educación virtual no es accesorio, es fundamental. Y como toda participación significativa, necesita ser reconocida, valorada y apoyada.
En un mundo donde la virtualidad seguirá siendo una parte importante del proceso educativo, educar no será solo tarea de las escuelas. Será —como siempre debió ser— una tarea compartida.