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viernes, junio 13, 2025

Entre el wokeismo y el populismo de derecha

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Por: Lisandro Prieto Femenía

Todos los mortales que gozamos de una pizca de conciencia hemos sido testigos, en los últimos años, de un cambio político significativo a nivel global, un viraje poco pronunciado que nos invita a la reflexión profunda sobre las ideologías que compiten por el dominio del espacio público. De la hegemonía total de una agenda posmo-progresista deconstructiva, conocida como “movimientos woke”, estamos pasando a un auge del populismo de derecha posmoderna, con figuras como Donald Trump, Javier Milei y Giorgia Meloni liderando lo que ellos mismos denominan una “batalla cultural”. Pues bien, hoy quiero invitarlos a analizar este fenómeno, describiendo los extremos para luego proponer una vía racional intermedia que apele al sentido común, la ética, la razón y el cuidado de la dignidad humana.

La agenda progre, en sus diversas manifestaciones, ha tenido un impacto innegable en la promoción de privilegios, derechos y reconocimientos a minorías históricamente marginadas. Sus raíces se hunden en las corrientes filosóficas de la postmodernidad y la teoría crítica, que han cuestionado las grandes narrativas, las estructuras de poder tradicionales y las categorías esencialistas. La deconstrucción, concepto popularizado por Jacques Derrida, buscaba desentrañar los supuestos ocultos en el lenguaje y las instituciones, abriendo espacio para su utilización en cuanta pseudo-causa oportunista apareciera y adquiriendo prestigio por ser el marco teórico de la diversidad y la pluralidad selectiva.

Sin embargo, en su implementación, esta agenda nefasta financiada por capitales particulares, ha enfrentado críticas significativas. Una de las más recurrentes es la percepción de que ha derivado en una cultura de la cancelación o una excesiva preocupación por la “corrección política”, lo que a menudo ha sido caricaturizado como “woke”. Al respecto, el filósofo esloveno Slavoj Žižek ha señalado que esta tendencia, si bien pretendidamente bienintencionada, puede llevar a una fragmentación social y a una pérdida de la capacidad de diálogo. Concretamente, Žižek afirma en “Primero como tragedia, después como farsa” (2009), que “el wokeismo se convierte en una nueva forma de censura, donde la ofensa, real o percibida, es suficiente para silenciar a cualquier voz disidente”.

Paradójicamente, pensadores ultra progres como Pierre Bourdieu, aunque no específicamente sobre el “wokeismo” contemporáneo, ya advertían sobre los peligros de una elite intelectual desconectada de las realidades populares. Bourdieu, en su obra “La distinción” (1979), nos recuerda que “la cultura dominante, con sus pretensiones de universalidad, tiende a enmascarar su carácter de cultura de clase y de poder”. La proliferación de debates identitarios insoportables y el énfasis en la deconstrucción de categorías básicas como el género o la nación, si bien pueden ser medianamente legítimos para un minúsculo reducto elitista de las universidades, han sido percibidos por amplios sectores de la población como ajenos a su realidad cotidiana y a sus preocupaciones más acuciantes, generando así una brecha enorme entre las élites progresistas que viven del curro de la agenda de moda y el ciudadano común.

En respuesta a lo que muchos consideran excesos o la desconexión de la agenda posmo-progre, ha emergido con fuerza el populismo de derecha. Como señalé al principio, figuras políticas como Trump, con su retórica de “América Primero”, o Milei con su discurso “anticasta” y “anti-izquierda”, han sabido capitalizar el descontento de sectores de la población que se sienten estafados, ignorados y amenazados por los cambios culturales impuestos por la agenda de George Soros. Por su parte, en Italia, Meloni encarna una derecha conservadora que apela a valores tradicionales y a la soberanía nacional frente a la globalización y las agendas transnacionales.

Pues bien, estos líderes se presentan como defensores de la “gente común”, frente a las vedettes globalistas y progresistas. Ahora su “batalla cultural” se centra en la recuperación de valores tradicionalistas, la defensa de la familia, la nación y la libertad individual frente a lo que perciben como imposiciones ideológicas del post-marxismo cultural. Al respecto, el politólogo holandés Cas Mudde, experto en populismos, ha caracterizado este fenómenos como una ideología “delgada” que divide la sociedad entre “el pueblo puro” y “la élite corrupta”, afirmando puntualmente en su obra “El populismo. Una brevísima introducción” (2017) que “el populismo de derecha no ofrece soluciones complejas a problemas complejos, sino que simplifica la realidad en una dicotomía moralista”…

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