Por: Sara Salazar
En Ecuador vivimos una realidad insoportable, jóvenes que se marchan ya no en busca de un mejor futuro, sino de un simple futuro. Ya no se trata de soñar con prosperidad en tierras ajenas, sino de huir de la pesadilla de quedarse.
Lo más cruel es que esta migración no nace solo del deseo personal. Es el propio hogar el que nos empuja al abismo de la partida. Padres y madres, que deberían sembrar esperanza en un mañana posible aquí, hoy se quiebran y aconsejan con resignación, “mejor vete, aquí no hay nada que hacer, aquí no estarás seguro”; “busca una beca afuera”; “trabaja en otro país”; “allá, al menos, vivirás”. La familia, que antes fue el ancla del arraigo, hoy se convierte en la voz que nos arrastra hasta las puertas del aeropuerto.
La causa es brutal y evidente, la inseguridad. Habitamos un país donde la vida vale menos que un celular, donde cualquiera puede convertirse en un número más en una estadística sangrienta, y donde estudiar significa muchas veces entrenarse para servir a un sistema que no retribuye. Quedarse es un suicidio silencioso; irse, la única forma de tener un futuro.
Teniendo eso en cuenta, la canción “Yo nací aquí” de Juan Fernando Velasco suena como un eco doloroso. Antes fue canto de pertenencia, hoy es un recordatorio cruel de que sí, nacimos aquí, pero no nos permiten crecer aquí. Nos arrebatan el derecho al futuro aquí y nos condenan a exportarlo.
Y lo más indignante no es únicamente la violencia ni la miseria de oportunidades. Lo insoportable es la resignación. Esa normalización repugnante de que el proyecto de vida de un joven ecuatoriano sea huir de Ecuador. Ese éxodo asumido con naturalidad es la derrota más atroz, el suicidio de una patria que ha perdido la fe en sí misma, mientras políticos corruptos e indolentes siguen saqueando hasta las últimas cenizas.
Un país que expulsa a sus jóvenes se firma la sentencia de muerte. Porque cuando las familias ya no sueñan con que sus hijos se queden, sino con que se vayan, la nación deja de ser hogar y se convierte en tumba. Si no despertamos, pronto Ecuador será solo eso, un territorio para nacer y para morir, pero jamás para vivir. Un país, condenado a enterrar sus sueños junto con sus hijos.