EDITORIAL
Tradicionalmente, los ecuatorianos hemos sido considerados como gente amable y hospitalaria. Pero, lamentablemente, esta imagen positiva ha ido perdiendo terreno sobre todo en los últimos años. Al parecer, nos hemos vuelto hoscos, ceñudos, ríspidos y hasta intratables, a veces. La fama de un país con gente amable y hospitalaria se ha ido esfumando con graves consecuencias, sobre todo para el turismo.
Esta metamorfosis social que puede ser tristemente irreversible viene determinada, sin duda alguna, por algunos factores como la delincuencia y criminalidad cotidiana en nuestras calles que tiene aterrorizada a la población y obligada a vivir entre rejas; la fuerte migración venida, sobre todo de Venezuela, de donde no siempre llegan buenos hermanos bolivarianos, país donde el presidente Maduro, ante la gigantesca crisis por la que atraviesa a causa de su desadministración, supuestamente, ha liberado a miles de convictos muchos de los cuales deambulan por todo el Ecuador con sus nefastas actitudes y consecuencias.
Niños agredidos sexualmente, mujeres maltratadas y femicidios, violencia intrafamiliar, adolescentes, jóvenes y hasta niños que van cayendo en el consumo de drogas, incremento de la mortalidad en las carreteras, ineficiencia de las instituciones republicanas y más circunstancias negativas de la cotidianidad configuran el cuadro nacional para que nuestra patria, con una naturaleza incomparable, vaya perdiendo la magia que le caracterizaba como un país bello con gente amable y hospitalaria. Súmese a este escenario la corrupción rampante en ciertos cuadros políticos, en los órganos del poder público cuyos exfuncionarios del más alto nivel, unos están tras las rejas y otros con medidas cautelares y prófugos de la justicia.
Ojalá que el tejido social despierte para sacudirse del quemeimportismo y desgano, de la violencia y la corrupción que nos abruma, porque no necesariamente sacar policías y militares a las calles sea la fórmula salvadora.