El coronavirus tiene sus preferencias para acabarlos, darles de baja: los de la tercera edad. El covid-19 tiene algo en contra de este numeroso segmento poblacional que poseen un común denominador: haber sido personas que ingresaron a la vida laboral en la plenitud de su vida para darse generosamente, responsablemente al conglomerado social con todas las energías. Las personas de la tercera edad son quienes hicieron lo que debían haber hecho: hacer familia, dar su contingente profesional y humano en la construcción del país en todas las dimensiones. Este grupo numeroso de ecuatorianos a los que, luego de sus mejores años, por efecto de la edad, se les agudizan sus dolencias y enfermedades acuden con más frecuencia a tratamientos médicos y los controles son cada vez más exigentes y periódicos. No quieren que se los discrimen en las casas de salud pública y del IESS porque desde la deshumanización les sienten una carga…
Hoy, las personas de la tercera edad sufren, no solo la discriminación del corona virus, sino también el abuso y maltrato a la vejez, la invisibilización, abandono familiar, que con cierta frecuencia suele darse por parte de la sociedad. No reclaman ni necesitan compasión; ellos exigen solamente solidaridad, respeto a su opinión, a su derecho a envejecer con dignidad, junto a sus familias y comunidades, libres del abandono, protegidos del abuso y la violencia. Que en la práctica social funcione el Art. 37 de la Constitución donde se puntualiza algunos derechos, que van desde la atención gratuita y especializada de salud, incluida las medicinas, hasta rebajas en servicios públicos, exenciones en el régimen tributario, exoneraciones de ciertos pagos.
No quieren darle gusto al goloso y macabro coronavirus porque tienen esa fortaleza que les viene desde una crianza moldeada en las buenas costumbres, en el aprendizaje temprano al obedecer, a ser respetuosos, solidarios y disciplinados. A acatar las decisiones de las autoridades, a convivir en familia.
