Por: Pablo Escandón Montenegro
Es tan fascinante y desgastante estar en grupos de WhatsApp: uno no deja de sorprenderse de cómo los egos y las superioridades morales marcan los discursos y los argumentos, repitiendo usos, dichos, contenidos y actitudes.
Hace no menos de un mes, me incorporaron a un grupo variopinto donde están políticos en ejercicio, en reserva, consultores políticos, marketineros, periodistas, docentes, candidatos, excandidatos y publicistas que, en un inicio, se mostraban como personas colaboradoras a la discusión nacional, con toda la intención de buscar soluciones y dar sus puntos de vista para que exista un acuerdo… pero con tres mensajes, todo se diluyó.
Este grupo de personas informadas, expertas y que conocen sobre lo público, no distan de ser tan chabacanas, simples y autoritarias como lo son los integrantes del grupo de “papis y mamis”, del de las “tías y primos” y del de “vecinos”. En el primero, los padres saben más que los docentes y autoridades de colegios y escuelas, no sé por qué no hacen ‘homeschool’ y dejan de quejarse; en el segundo, las sentencias y argumentos tienen que ver con la edad y el respeto que una de las tías, la más hábil para moverse en el grupo, impone; y en el tercero, se pelean porque ponen la basura en fundas en el recipiente de la casa vecina o porque su perro ladra mucho y no deja escuchar el reguetón del que se queja…
Es fascinante cómo la inteligencia colectiva de la que habló Pierre Levy es una quimera en este tipo de sociedades en donde la individualidad y el beneficio de un grupo están por encima del bien común. Es imposible construir una convivencia cuando uno de los miembros del grupo siente que todo lo que los demás dicen es contra él o ella… Entonces no hay colectividad ni inteligencia colectiva.
Cada grupo se ha creado para una finalidad específica, pero el administrador, siempre permite que todo se desboque: quizá ese era el objetivo, desunir a todos los que no están con él o ella.
Prefiero los grupos de exalumnos, pues allí todos quieren tomarse un trago y molestarse como en las horas libres o en los recreos, sin afán de imponer su ego o convertirse en la policía de la moral diaria.