Editorial
En la campaña electoral ha habido infinidad de fórmulas breves, unas originales, otras vacuas que han sido utilizadas para la propaganda política de todos los aspirantes a las prefecturas, alcaldías, concejalías y otras dignidades de elección popular incluida la del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social. El eslogan es precisamente eso: una fórmula breve y original, utilizada para publicidad, propaganda política que ha venido moviéndose en espacios abiertos: calles, avenidas, parques, carreteras. A esta avalancha invasiva hay que sumar la que circula en las redes sociales a las que han acudido todos los sectores políticos.
De hecho, por todas partes hay vallas, banderines, afiches, gigantografías y otras expresiones en las que el eslogan impreso o sonoro, tiene una función esencialmente persuasiva, todo en el campo de las ofertas generosas, nobles, encomiables, dignas de ser tomadas en cuenta; algunas de ellas con evidente sabor a demagogia. Sea en publicidad televisiva, radial, digital impresa o gráfica el eslogan ha estado presente de forma directa, insistente para llegar a los electores, para convencerlos que “voten por mí”. Hemos respirado publicidad y por fin, vamos a librarnos de ese atosigamiento, pues, la campaña electoral durará hasta este jueves 2 de febrero en virtud de lo dispuesto por el Consejo Nacional Electoral. Desde entonces, entra en vigencia el silencio electoral por 48 horas: un tiempo en el que está prohibida la propaganda y la difusión de encuestas, para que los ciudadanos puedan pensar libremente sobre su voto.
Qué bueno sería que el eslogan, más allá de la originalidad, del simplismo y hasta simplonería en algunos casos, nos abriera un espacio para la reflexión y análisis de la decisión que debemos tomar frente a las urnas. Porque finalmente, es la suerte de la patria con todos sus habitantes que está en juego este 5 de febrero.