Artículo de Opinión Por: Lisandro Prieto Femenía
¿Por qué temer la muerte?, si mientras existimos, ella no existe y cuando existe la muerte, entonces, no existimos nosotros.”- Epicuro, Carta a Meneceo, 125.
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un asunto que nos interpela, casi en igual medida, a todos por igual: el único hecho fáctico de nuestra vida que carece de cualquier duda, la mayor de las certezas, la única verdad inescrutable que nos acompaña desde que nacemos, a saber, que todos vamos a morir eventualmente y que no hay absolutamente nada que podamos hacer para evitarlo. Ahora bien, ante semejante acontecimiento inevitable en nuestra existencia, es preciso que nos preguntemos ¿por qué le tenemos tanto miedo a la muerte? Aquí vamos.
Comencemos por el Muñeco Indestructible, el “Chucky de la filosofía”, a saber, Platón, para quien la muerte no es, en absoluto, el fin, sino más bien una transición hacia otra forma de existencia (del alma). En su emblemático diálogo “Fedón”, Sócrates expresa que el alma es indudablemente inmortal y que la muerte, lejos de ser una condena o castigo, es una liberación del cuerpo. En este sentido, Platón argumenta que el “verdadero filósofo” es aquél que se ejercita para morir, y para él, la muerte es menos temible que para cualquier otro hombre. En otras palabras, quienes de dediquen de verdad a la filosofía, se están preparando para morir y están aprendiendo a morir con dignidad, puesto que para Platón la muerte es la separación del alma (lo inmortal) de un cuerpo limitante y efímero (fuente de tentaciones, pecados y errores). Esta “separación” es, en la filosofía platónica, extremadamente deseable, porque permite al alma alcanzar un conocimiento verdadero, sin las distracciones y corrupciones de la cárcel corporal. Recordemos que en otro diálogo, el “Fedro”, Platón exploró la idea que el alma es inmortal y que ha pasado por múltiples vidas, aprendiendo y recordando conocimientos en cada una de ellas (conocer, en Platón, es recordar). En este contexto, la filosofía es una herramienta aliada del alma, puesto que la ayuda a recordar las verdades eternas que ella ha contemplado en sus transmigraciones. Por último, en la “República”, Platón retoma este tema al momento de discutir la naturaleza del alma y su destino tras la muerte: mediante el mito de Er, presentado al final del libro, se describe cómo las almas eligen sus próximas vidas y reciben recompensas o castigos según sus acciones pasadas, subrayando la importancia de vivir una vida justa, virtuosa y filosófica para alcanzar un destino favorable en el más allá. ¿Les suena conocida esa promesa? Prosigamos.
“La muerte es el último y más grande misterio, que el verdadero filósofo espera con esperanza y confianza” (Platón, Fedro).
Posteriormente su alumno rebelde, Aristóteles, en su “Ética a Nicómaco” tratará este asunto del temor a morir en el contexto de la virtud del coraje. Según él, el hombre valiente es aquel que enfrenta la muerte porque es noble hacerlo, y no por ninguna otra razón externa, social o trivial. Vista así, la virtud es el valor de enfrentar el miedo con moderación, sin caer ni en la temeridad ni en la cobardía. Recordemos que para nuestro autor, la muerte es un evento natural e inevitable, por lo que no centra su atención en el temor a la muerte en sí, sino en cómo vivir una vida virtuosa a pesar de su inevitabilidad.
“El hombre valiente es aquel que enfrenta las cosas que debe enfrentar, por las razones correctas, de la manera correcta y en el momento correcto” (Aristóteles, 2009, p. 111).
Es interesante destacar la distinción que Aristóteles realiza entre ser valiente o ser temerario ante la muerte. La valentía se basa en una evaluación racional de los riesgos y en la disposición a enfrentar los peligros ante una causa justa. Contrariamente, la temeridad es la ausencia de esta reflexión evaluativa y, por ende, una disposición imprudente a enfrentar peligros sin un propósito moral claro.
En Aristóteles no vamos a encontrar temor, ni romantización ante lo inevitable porque su ética está sustentada por la “eudaimonía”, o búsqueda de la felicidad, que se logra a través de la práctica de las virtudes. En este sentido, la preparación para la muerte no es un acto aislado de coraje, sino que forma parte de una vida dedicada a la virtud y al bien: al vivir una vida virtuosa, uno puede enfrentar la muerte con tranquilidad y dignidad, sabiendo que ha vivido conforme a los principios más elevados de nuestra naturaleza.