Miles de jóvenes del Tercer Año de Bachillerato realizaron el juramento a la Bandera Nacional, en un marco de solemnidad y patriotismo, de lealtad y respeto al lábaro patrio. La frase “Sí juro” retumbará en la república proferida por los futuros bachilleres en presencia de padres de familia, autoridades, docentes y estudiantes. PROMETO, dirán cada uno de los jóvenes… “ser sincero y respetuoso, noble y generoso, buscar mi porvenir en el trabajo honesto y honrado. Prometo amarte mucho, a ti Bandera; gozar con tus victorias, sufrir con tus reveses, morir por defenderte si fuere menester.”
El juramento a la bandera, realizado a temprana edad, va más allá de la solemnidad del acto protocolario ante la comunidad educativa, lleva implícito una serie de valores que los jóvenes deberán practicarlos durante el resto de su existencia, todos ligados a la vida comunitaria, a la democracia, a los preceptos constitucionales vigentes, a las leyes y reglamentos que norman el Estado, a los deberes y obligaciones de determinados cargos, al desempeño profesional y otras facetas del convivir diario. En definitiva, jurar a la bandera es asumir un estilo de vida digno, comprometido con la patria, con su historia, su presente y su futuro. Es transitar por senderos de libertad, de dignidad, de respeto y tolerancia. Es ponerse a la orilla opuesta de la corrupción, de la irresponsabilidad e indiferencia, de los cálculos y las componendas, de todos esos antivalores de los que la frescura de la juventud está libre, porque su página de vida es prístina, impoluta, fresca.
El juramento a la bandera, lamentablemente, nos lleva también a pensar en las banderas sucias, rotas, empolvadas, que flamean desatendidas en ciertos edificios públicos, instituciones educativas, estatales, en parques, plazas, sitios históricos, casas, centros de arte y cultura y otros sitios donde al parecer, el juramento se quedó en el acto protocolario únicamente.