La noticia de la muerte del Papa Francisco ha estremecido al mundo entero. No solo porque se va el líder espiritual de más de mil millones de católicos, sino porque con él se cierra un capítulo profundamente humano y reformista en la historia reciente de la Iglesia. Francisco, el primer papa latinoamericano y el primer jesuita en ocupar el cargo en la historia, transformó en vida lo que muchos creían que era imposible: acercó la Iglesia a los marginados, hizo de la misericordia su bandera y sembró en cada palabra una invitación constante a la esperanza.
Jorge Mario Bergoglio, sencillo y firme, eligió el nombre de Francisco en honor al santo de Asís, y fiel a ese símbolo, fue un defensor incansable de los pobres, del medio ambiente y de los migrantes. Su pontificado no estuvo exento de tensiones internas: los sectores más conservadores lo miraban con recelo, mientras que muchos creyentes y no creyentes lo reconocieron como una voz moral frente a un mundo cada vez más indiferente al sufrimiento ajeno.
Su muerte deja un vacío difícil de llenar, pero también un legado vivo. Francisco nos enseñó que la autoridad verdadera nace del servicio, que la Iglesia debe ser “hospital de campaña” y no fortaleza cerrada, que la fe debe acompañarse de gestos concretos de amor. Sus encíclicas —especialmente Fratelli tutti (Todos somos hermanos)— quedarán como guías para generaciones futuras que buscan construir un mundo más justo y fraterno.
Hoy el duelo es profundo, pero también agradecido. Francisco fue un Papa que, en tiempos de ruido y polarización, eligió el diálogo; que, en momentos de crisis, optó por la ternura. Nos toca ahora recoger sus enseñanzas y seguir su ejemplo de humildad y coraje. Porque, como él mismo decía, “Nadie se salva solo”.
Cuando el Papa Francisco, en julio del 2015 visitó nuestro país, en un conmovedor discurso ante miles de personas que lo escuchaban, dijo: “Quiero abrazar al Ecuador entero. Que desde la cima del Chimborazo, hasta las costas del Pacífico; desde la selva amazónica, hasta las Islas Galápagos, nunca pierdan la capacidad de dar gracias a Dios por lo que hizo y hace por ustedes, la capacidad de proteger lo pequeño y lo sencillo, de cuidar de sus niños y sus ancianos, que son la memoria de su pueblo, de confiar en la juventud, y de maravillarse por la nobleza de su gente”.
Descansa en paz, Papa Francisco. Tu luz sigue caminando entre nosotros.