Por: Carlos Freile
Para entendernos: “desde arriba” quiere significar “a partir de una visión de fe”, no solo anclada en las realidades temporales. Esta reflexión nace del temor que muchos ecuatorianos comenzamos a sentir por el camino emprendido por nuestros gobernantes hacia una repetición del autoritarismo. Señalo enfáticamente que este miedo no implica defensa alguna de la Corte Constitucional, varias de cuyas decisiones han caído también en ataques al bien común.
Para los católicos, el análisis de la política desde la perspectiva de la fe nace con los Santos Padres de la Iglesia antigua, con San Agustín a la cabeza. Este enorme pensador, aun desde puntos de vista seculares, en su formidable libro La Ciudad de Dios señalaba que la actividad política tiene un fin decisivo: la paz. No se trata de cualquier paz, ni la de los cementerios, ni la impuesta a sangre y fuego, ni aquella consecuencia del miedo, sino “la tranquilidad del orden”. El orden, para San Agustín y sus seguidores, estriba en el imperio de la justicia, por la cual toda persona, independientemente de su condición y poder, recibe lo que le corresponde. El orden también exige que las diferentes funciones ejercidas dentro del quehacer político no se mezclen ni se estorben; pero también que aquello que corresponde a los particulares, a ellos les quede reservado, sin interferencias de gobernantes o influyentes.
Como se percibe con claridad, no se ha apelado a dogmas o a imposiciones clericales sino al mero sentido común, a la razón monda y lironda. La fe comienza a actuar cuando se exige que ese orden se fundamente en la ley natural, la cual ha sido impresa en toda persona racional por su Creador, aunque para llegar a conocerla basta el uso honrado de la razón, como lo han demostrado diversos pensadores políticos paganos.
Todos los ecuatorianos nos damos cuenta de que la fe no incide para nada en las decisiones tomadas por los políticos; preguntémonos: ¿En nuestro país existen auténticos políticos católicos, buscadores de la paz, efecto del orden como condición para la consecución del bien común? Otras preguntas, de paso: ¿Cómo han formado a sus estudiantes los colegios y las universidades católicos? ¿Cuántos líderes con fe han salido de allí o de los centros de formación diocesanos?
Hace casi exactamente 25 años, el 31 de octubre de 2000, el papa san Juan Pablo II proclamó a santo Tomás Moro patrono de los políticos y de los gobernantes, pues vivió una vida coherente entre su fe y su acción pública, sirvió a su rey con lealtad pero solo hasta donde su conciencia le permitió, más allá habría prevaricado, por eso prefirió la muerte y el deshonor. Este santo no dividió su vida en diversos compartimentos, unos regidos por la fe y otros por la razón o la emotividad o el interés o la ambición, sino que la vivió “católicamente”, en el sentido de no dejar nada fuera, de integrarlo todo en su fe; pues “católico” no solo significa universal en el espacio y en el tiempo, sino en la integralidad de la persona que vive coherentemente las 24 horas de los 7 días de la semana.