En los últimos años, el debate sobre la salud mental en el ámbito educativo ha cobrado fuerza, y con justa razón. Cada vez es más evidente que la sobrecarga académica —esa acumulación excesiva de tareas, evaluaciones y responsabilidades escolares— está afectando seriamente el bienestar emocional de los estudiantes.
Niños, adolescentes y jóvenes se enfrentan a jornadas escolares extensas, seguidas de horas de tareas en casa, proyectos grupales, exámenes constantes y, en muchos casos, actividades extracurriculares. El resultado: estrés crónico, ansiedad, insomnio, pérdida de motivación y, en los casos más graves, depresión o crisis emocionales.
Este fenómeno no es exclusivo de un país o nivel educativo. Es un problema estructural, reforzado por un sistema que muchas veces valora más la cantidad de contenidos que el aprendizaje real, y que mide el éxito en base a calificaciones más que al desarrollo integral del estudiante. La exigencia por el rendimiento académico ha convertido la educación en una carrera de resistencia, en lugar de una experiencia formativa y enriquecedora.
Frente a esta situación, es urgente replantear las prácticas educativas. No se trata de eliminar el esfuerzo o el compromiso, sino de encontrar un equilibrio saludable. La calidad debe prevalecer sobre la cantidad. La planificación curricular debe considerar tiempos de descanso, espacios para el pensamiento creativo y momentos de reflexión personal. Así como se enseña matemáticas o historia, también debe fomentarse la inteligencia emocional, la gestión del estrés y el autocuidado.
Docentes, directivos y padres de familia tienen un rol clave. Escuchar a los estudiantes, reconocer sus límites, apoyar en la organización del tiempo y promover ambientes seguros y empáticos son pasos esenciales para cuidar su salud mental.
La educación no debe ser una carga, sino un camino de crecimiento. Formar personas felices, sanas y mentalmente equilibradas debe ser uno de los principales objetivos del sistema educativo. Porque ningún aprendizaje vale la pena si se consigue a costa del bienestar.