TRADICIÓN
Cada año, en las noches previas al Día de los Difuntos, las calles del pequeño cantón de Penipe, en la provincia de Chimborazo, se llenan de misticismo con la presencia del “Animero”, una figura que ha perdurado por más de 450 años en la tradición local. Este personaje, envuelto en una atmósfera de devoción y respeto, recorre el pueblo guiando a las almas perdidas hacia su descanso eterno.
La historia del Animero de Penipe se remonta a la época colonial, cuando se creía que las almas de los fallecidos necesitaban la ayuda de un intercesor para encontrar la paz. Esta tradición, profundamente enraizada en la fe católica y las costumbres andinas, se ha mantenido viva a lo largo de los siglos, adaptándose a los tiempos, pero conservando su esencia espiritual.
El Animero, vestido con una túnica blanca y portando una calavera y un rosario, camina por las calles de Penipe durante la noche, acompañado del sonido de campanas y rezos. Su misión es guiar a las almas errantes, mientras recita oraciones para pedir por su descanso. Los habitantes del pueblo suelen acompañar al Animero en silencio, con velas en mano, en una procesión que simboliza el respeto por la vida y la muerte, y el vínculo entre los vivos y los fallecidos.
Esta costumbre es parte fundamental del calendario cultural y religioso de Penipe, y cada año se renueva con la participación de la comunidad, que sigue reconociendo en el Animero un símbolo de su identidad y patrimonio. Aunque las nuevas generaciones han modernizado muchos aspectos de sus vidas, la figura del Animero sigue siendo un recordatorio de la importancia de honrar a los difuntos y mantener vivas las tradiciones ancestrales.
En los días previos al Día de los Difuntos, el silencio de la noche en Penipe se transforma en un espacio de reflexión y devoción, donde la figura del Animero cobra vida una vez más, conectando a la comunidad con su pasado y su fe.