Por: Manuel Castro M.
No hay que regatear los méritos de nadie, peor de las personas importantes en la historia, que con sus acciones y pensamientos nos han hecho lo que somos y vivimos. Son los políticos, los científicos, los filósofos, los poetas, los santos, los empresarios, los comerciantes, los trabajadores. El caso de José Mújica es excepcional, pues se trata de un hombre bueno, austero y ejemplar. Pero no hay que exagerar: como exguerrillero mató policías, realizó actos de terrorismo. Idealista dirán algunos panegiristas, pero me pregunto, ¿y si triunfaba su insurgencia armada? Seguro que no se arrepintió de no haber vencido. ¿Tal vez otro Fidel Castro? Claro que San Ignacio de Loyola, fundador de la Orden Jesuita, primero fue soldado, más no guerrillero y clandestino. Hay que respetar a los “convertidos”, pues para ello se necesita valor y sabiduría, pero siempre habrá seguidores de una etapa de tales vidas, por ideología y quien sabe si por convencimiento. Pero no hay que olvidar el dicho español: “Todos tenemos ropa sucia en el armario”. Dice Buda: “La verdad en el fondo es triste”.
En nuestra historia tenemos a un Gabriel García Moreno, estadista, científico, literato, pero jamás un santo, como aspiraba a convertirlo el P. Gómez Jurado. Parece que los altares no son para los políticos ni para los humoristas, a pesar de que se dice que un santo triste es un triste santo. Mahatma Gandhi, la perfección humana y política para algunos, hombre de inmensos méritos, se acostaba con niñas de 14 años, dizque para “sentir calor”. Hoy las feministas le caerían a palos y a lo mejor la India sería todavía colonia inglesa.
Hoy se ha despedido la fiscal general, doctora Diana Salazar, orgullo del Foro y digna de la gratitud de los ecuatorianos honestos. Ha estado en el momento preciso para denunciar sobornos, el crimen organizado, la corrupción política. Antes ha habido en el Ecuador eminentes fiscales generales, aunque escasos, cuyo prestigio ha sido olvidado por los impuestos durante el correato, que con sus fiscales subordinados acabaron con la justicia y la altura de honestos juristas predecesores.
El ejemplo vale más que mil discursos. La actuación de la doctora Salazar debe ser el camino de su sucesor y la alerta para quienes lo designen para evitar equivocaciones, ya sea por influencias políticas, palancas u otras malas costumbres. Además, un concurso de méritos no asegura siempre un acierto. Hay que tener cien ojos, para más allá de los conocimientos, experiencia, antecedentes de los aspirantes, atinar con patriotismo e intuición y dar con el magistrado adecuado, Particular que no siempre resulta de un concurso serio que, más que méritos, es matemático o subjetivo. En Inglaterra, en un concurso de quién escribía más parecido a Bernard Shaw, en el que participó el mismo Shaw, éste resultó tercero. Ni Churchill ni Einstein fueron los primeros de su clase.