Las hermanas Mendoza Suasti

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Franklin Cepeda Astudillo

 

Fue en diciembre de 1992, en el festival del pasacalle, evento que en forma anual suele organizarse en Quito, que tuve el gusto de escuchar al dúo de las hermanas Mendoza Suasti, Mercedes y Laura (1924-2018), fallecida esta última hace pocos días, reviviendo en los que quedamos la inclemente sensación que nos invade cada vez que parte un personaje representativo de esa muy singular época de las músicas del Ecuador: la que perfiló la identidad sonora de nuestro país, la que vio aflorar a un incomparable grupo de compositores e intérpretes, la que gracias a medios como el disco y la radiodifusión llenó con su memorable repertorio nuestro multiforme paisaje sonoro…

Solo aquella vez hube de verlas actuar en vivo, y a fe mía que pocas veces conocí un dúo tan armónicamente acoplado, tan derrochador de carisma, tan exultante al compartir su arte en el escenario. Su presentación, si por ellas hubiera sido, se habría extendido hasta más allá del amanecer. Sin objeción alguna, accedían a interpretar cuanta canción el público pidiese, añadiendo con grata picardía que lo harían con gusto después de ejecutar otro tema no menos sonado y representativo de su inmenso repertorio, prolongando así su actuación con rotundo beneplácito de los asistentes.

No fueron las Mendoza Suasti de esos duetos vocales dedicados a copiar y a repetir; si bien en muchos casos hicieron sus propias y logradas versiones de temas conocidos, antes y después fueron conformando su repertorio propio, tan propio que es primero en ellas que pensamos con solo divagar en torno a títulos como De conchas y corales, El simiruco, La chicha de jora, Palomita Cuculí, La chamiza, Cariñito santo… …no se diga nuestra casi cotidiana Riobambeñita, pasacalle de Guillermo Vásquez Pérez cuya primera versión ellas grabaron a fines de los años 1950.

La televisión, aunque en esporádicas ocasiones, hubo también de darles espacio; en varios reportajes fue conmovedor percibir ese carisma que también las acompañaba en sus hogares; no se diga la habilidad con que doña Mercedes, la menor del dúo, componía canciones o tocaba la guitarra, dejando en claro que la música para ellas nunca fue un mero pasatiempo ni un oficio a ejercerse sin mantener disciplina ni actitudes consecuentes. El cuidado que mostraban para conservar sus grabaciones, homenajes y archivos de prensa solo confirma dicha prolijidad, puntal de una presencia que solo hubo de verse interrumpida por un quebranto en la salud de doña Laura.

La música de las hermanas Mendoza Suasti, como el buen vino, solo se va saboreando mejor con los años; muchos de mis compañeros de universidad, que otrora se referirían a sus cantares como “música para viejitos”, van mostrándose en redes sociales como degustadores, o al menos como sujetos informados de un legado que, gracias a la memoria y los soportes fonográficos, prevalecerá indefinidamente en los imaginarios de quienes vibramos con la música, siendo la ecuatoriana una de nuestras preferidas. Nuestro sentido homenaje a este inigualable dúo.

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