Por: Lorena Ballesteros
En distintas épocas de la historia, la lectura ha sido mucho más que un pasatiempo: ha sido un acto de resistencia. Leer puede significar rebelarse contra la ignorancia, desafiar estructuras de poder, abrir puertas…
Durante el Imperio Romano, el acceso a la educación y la alfabetización estaba estrictamente condicionado por el estatus socioeconómico. Solo las élites tenían derecho a aprender a leer y escribir, y dentro de ese grupo, eran muy pocas las mujeres que lograban hacerlo. Sin embargo, algunas figuras excepcionales se abrieron paso gracias a la lectura. Cornelia, hija de Escipión el Africano, y Julia Domna, esposa del emperador Septimio Severo, son ejemplos de mujeres que encontraron en los libros una forma de adquirir influencia en una sociedad patriarcal modelada casi exclusivamente para los hombres.
Muchos siglos después, la lectura siguió siendo una herramienta de emancipación. Frederick Douglass, esclavo afroamericano, aprendió a leer en secreto y convirtió esa habilidad en su arma más poderosa contra la esclavitud. Su famosa frase, “Una vez que aprendes a leer, serás libre para siempre” sigue calando como bandera de libertad.
También lo hizo Sor Juana Inés de la Cruz, en el virreinato de la Nueva España, quien desafió los convencionalismos de su época y se convirtió en una de las intelectuales más brillantes del siglo XVII. Fue autodidacta, ingresó al convento para poder seguir estudiando, y desde allí, a través de sus escritos denunció la desigualdad y el silenciamiento de las mujeres.
Incluso en tiempos de guerra, la lectura ha representado una forma de resistencia colectiva. Durante los bombardeos del Blitz en Londres, ciudadanos británicos se reunían en los refugios subterráneos para leer juntos. En medio de la desolación, nacieron clubes de lectura improvisados que les permitían sostener la esperanza.
En el siglo XXI, la paquistaní Malala Yousafzai desafió al régimen talibán que prohibía la educación femenina. Continuó asistiendo a la escuela y coleccionando libros “prohibidos”, aún bajo amenaza de muerte. Hoy es una voz global por el derecho a la educación.
Y no olvidemos a los presos políticos que han encontrado en los libros una forma de mantenerse lúcidos, creativos y combativos. En las celdas, los libros se convierten en refugio, en alimento para la resistencia.
En mi caso, la lectura es un acto de resistencia frente a la efimeridad y frivolidad de las redes sociales. Leo para conectarme con otras realidades, para entender el mundo y conocerme más a mí misma. Leo para potenciar mis capacidades cognitivas y resistir a la revolución tecnológica que intenta convertirnos en humanos zombies.