Los amores secretos de grandes hombres de la historia Ecuatoriana (Primera parte)

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Entre los personajes que la Historia Ecuatoriana ha elegido como los forjadores de nuestra nacionalidad constan merecidamente, entre otros, los nombres de Juan Montalvo, Eugenio Espejo y Federico González Suárez; los tres descollaron notablemente en sus respectivas áreas y contribuyeron a consolidar la ecuatorianidad.

Edwin Chávez Medina, cronista e investigador riobambeño, manifestó que estos tres personajes compartieron una curiosa característica; los tres vivieron durante algún tiempo en Riobamba y se enamoraron de guapas damitas riobambeñas. Empezaré narrando las románticas aventuras que algunos cronistas chismosos nos cuentan sobre los amores de un “Don Juan” en Riobamba.

No hay duda, Juan Montalvo hacía honor a su nombre; marinero de tierra adentro, “Don Juan” Montalvo tuvo amoríos en cada ciudad y pueblo que visitaba. “El Cosmopolita” se instaló en Riobamba a mediados de 1862, había regresado hace poco tiempo de Europa en donde ejerció una representación consular; su estancia en París le sirvió para afilar su pluma de escritor polémico y también para afinar sus dotes de galán y conquistador. Sin ser un adonis, Montalvo tenía un atractivo que cautivaba a las mujeres; de regular estatura, elegante, de porte varonil, gentil y adulador con el bello sexo, su fama de poeta y escritor perseguido y proscrito le habían rodeado de una aureola romántica irresistible.

Cuando llegó a Riobamba, Montalvo conoció y trabó amistad con Antonia Puyol Andino, guapa damita que pertenecía a una distinguida familia de la ciudad. Antonia era una mujer realmente interesante, elegante y de fino comportamiento, tenía una piel blanquísima, profundos ojos negros y pelo crespo. Cuando se encontró con Montalvo, Antonia estaba casada, sin embargo, se hallaba sola pues su marido la había abandonado hacía poco y Don Juan llegó oportunamente ofreciéndole consuelo.

La esposa abandonada y el escritor proscrito vivieron durante tres meses un intenso romance. Antonia, mujer de espíritu abierto y libre no le importó las murmuraciones de una sociedad hipócritamente puritana que miraba escandalizada a la pareja.

Apremiantes compromisos de variada índole, obligaron a Montalvo a dejar la ciudad. La pareja se dijo adiós para siempre. Se separaron de buenas maneras, sin reproches, sin pena y sin compromisos o exigencias, más bien con la satisfacción de un tiempo irrepetible y un recuerdo que perdurará por siempre. (16)

 

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