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miércoles, abril 30, 2025

Menos revolución, más evolución

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Por: Sara Salazar

Vivimos en un tiempo de contradicciones, donde las ideologías parecen estar a la vanguardia del discurso público, pero donde los resultados reales, los logros concretos, parecen quedar en un segundo plano. El término ‘revolución’ sigue siendo utilizado con frecuencia como sinónimo de progreso. Sin embargo, al mirar la historia, me pregunto ¿realmente la revolución trae consigo el cambio que promete?

Las revoluciones, aunque a menudo envueltas en un halo de utopía, han demostrado ser fuentes de caos y retrocesos. Tómese, por ejemplo, la Revolución Francesa, que inicialmente prometió libertad, igualdad y fraternidad, pero terminó desembocando en un periodo de terror, enfrentamientos y una nueva forma de autoritarismo. De igual manera, la Revolución Rusa, que se presentó como la liberación de las masas, acabó instalando un régimen totalitario que no solo arrasó con vidas humanas, sino que también destruyó lo poco que quedaba de la esencia de la libertad y la justicia en Rusia. Estas revoluciones, aunque nacidas de un clamor por el cambio, trajeron consigo más sufrimiento que bienestar para los pueblos que supuestamente buscaban liberar.

Es crucial reconocer que no estamos ante un dilema entre el cambio y la inercia. El verdadero desafío es cómo cambiamos. La historia demuestra que las revoluciones suelen conducirnos a una falsa sensación de progreso, en la que los ideales abstractos reemplazan a las soluciones reales, y las promesas de un mundo nuevo se desvanecen rápidamente ante la complejidad de las realidades humanas.

La evolución, en cambio, se basa en un entendimiento profundo de la realidad, en la capacidad de mejorar lo que ya existe. Las sociedades democráticas que disfrutamos hoy, con sus instituciones de derechos fundamentales, no llegaron a ser de la noche a la mañana. Fueron el resultado de procesos históricos largos, en los que se aprendió de los errores, se perfeccionaron las estructuras políticas y sociales, y se buscó, aunque imperfectamente, el bien común. Esta evolución no fue ni es un proceso lineal.

La evolución, por tanto, no es solo una opción más racional, sino también una forma de evitar los desastres que suelen acompañar a los cambios rápidos e impulsivos. En lugar de destruir lo que no funciona de manera inmediata, la evolución propone una crítica constructiva que permita mejorar lo existente. Es un proceso que puede ser lento, pero que da frutos a largo plazo. De esta manera, se genera un cambio profundo pero sin sacrificar las bases que han permitido la cohesión social. En el ámbito político, esto implica reconocer que el sistema democrático, a pesar de sus fallos, es el mejor mecanismo para el consenso y el diálogo. En lugar de seguir el canto de sirena de una revolución que promete una «nueva sociedad», es más sensato perfeccionar las instituciones que ya existen.

La evolución, entonces, debe ser nuestro horizonte. No se trata de resistirse al cambio, sino de comprender que el verdadero progreso no es el resultado de un estallido revolucionario, sino de un crecimiento continuo que se construye desde la base. Las sociedades no necesitan revoluciones que dividan, sino transformaciones que unan. Lo que necesitamos son políticas públicas que, en lugar de buscar un cambio radical, trabajen para mejorar lo que ya existe y, sobre todo, que estén basadas en la experiencia, y no en la reacción impulsiva.

La verdadera revolución, por paradójico que suene, podría ser menos una cuestión de destruir el sistema y más una cuestión de evolucionarlo. Es posible que, en lugar de hacer grandes saltos hacia lo desconocido, podamos caminar hacia el futuro con paso firme, mejorando lo que ya hemos construido, aprendiendo de nuestros errores y avanzando hacia un modelo de sociedad más justo y equilibrado. Al fin y al cabo, como bien dijo Ortega y Gasset, «el hombre no tiene una naturaleza fija; se hace a sí mismo, y la historia de la humanidad es la historia de ese proceso de autoconstrucción». Evolucionar, por tanto, es el acto más revolucionario que podemos realizar.

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