Por: Lorena Ballesteros
Mientras hacía el inevitable scrolling por Instagram, me topé con una columna titulada Placeres culposos, escrita por Carmen Posadas. Como su pluma siempre me resulta fresca, cercana y con un humor ingenioso, detuve el dedo y la leí completa. En ella hablaba de esos placeres culposos: cosas que nos generan disfrute, pero que al mismo tiempo nos da cierta vergüenza mencionar, porque podrían catalogarnos de cursis, ridículos o infantiles.
Posadas confesaba su gusto por el reguetón, las novelas de Corín Tellado y las botanitas poco saludables, entre otros. Y lo cierto es que sus revelaciones me llevaron a pensar en las mías propias, esos gustos vergonzantes que incluso me cuesta admitir ante mi familia. Porque, la verdad, cuando me sorprenden con los audífonos puestos mientras preparo el desayuno o lavo la ropa, no siempre estoy escuchando un pódcast o noticieros: muchas veces estoy inmersa en un audiolibro de algún título que ya he leído. En alguna ocasión le confesé a mi esposo que me gusta escuchar un libro y luego leerlo (o al revés) para comparar ambos registros. Su reacción fue inmediata: “¡Eres una versión de Hermione Granger!”.
También debo admitir que soy fanática de lo que se conoce como música puñalera. Puedo cantar a todo pulmón las canciones de Karina, Carlos Mata, Guillermo Dávila, Yuri, Juan Gabriel, José José, Rudy La Scala y Rocío Dúrcal, porque me sé sus letras de memoria. Cuando pesco una de esas en la radio del auto, subo el volumen y olvido que en el tráfico quiteño cualquier conductor podría carcajearse de mi sobreactuada interpretación.
Asimismo, confieso que en ciertos días del mes (ya saben cuáles) me abandono en el sofá y busco cualquier comedia romántica disponible en Netflix. Aunque las tramas suelen ser predecibles y ridículas, hay una parte de mí que cree en el romanticismo melodramático. Y me da culpa, porque tengo una lista de documentales, series y películas que quiero ver, pero me ganan estas tramas básicas, mal actuadas.
Y en cuanto a lecturas, aquí va mi mayor confesión: aunque muchos suponen que solo leo “de Borges para arriba”, espero con ansias diciembre para descargar en mi Kindle la mayor cantidad posible de novelas de temporada navideña. Historias en inglés ambientadas en escenarios nevados, con aroma a galletas de jengibre y con tramas familiares y sentimentales que, inevitablemente, me conmueven hasta las lágrimas. Así que entre el 10 y el 25 de diciembre, difícilmente estaré leyendo El Aleph.
Los gustos culposos nos hacen humanos. Dan un respiro al “deber ser.” Ya confesé los míos, ¿cuáles son los suyos?