EDITORIAL
Nicolás Maduro es una figura política clave y muy controvertida en la historia contemporánea de Venezuela, considerado por algunos como un presidente constitucional sucesor de Hugo Chávez y por otros como un dictador que ha erosionado las instituciones democráticas del país.
Maduro, de conductor de autobús y sindicalista, ascendió rápidamente en las filas del gobierno de Chávez, quien al anunciar que padecía de cáncer, le designó como su sucesor. Así, al fallecimiento de Chávez, asumió la presidencia interina. Y más adelante, en abril de 2013, ganó las elecciones convirtiéndose en el presidente constitucional de Venezuela. Desde entonces, la presencia de Maduro en el poder ha estado marcada por crisis económica, escasez de alimentos y medicinas, hiperinflación, éxodo de millones en busca de mejores condiciones de vida y una profunda polarización política. Su gobierno ha sido acusado de corrupción, represión y violaciones de derechos humanos. La reelección de Maduro en este 28 de julio, es vista como fraudulenta. Esto desencadenó una crisis política con reconocimiento dividido de gobiernos internacionales.
Esto de reelecciones fraudulentas es una fuerte tradición en la línea de conducta de las dictaduras mundiales, particularmente de las latinoamericanas. No de otra manera se explica, por ejemplo, el caso de Cuba, donde sigue la dictadura castrista, esta vez en manos de Miguel Díaz Canel. Bajo este régimen, los isleños no tienen alimento, leche, gasolina, electricidad, no tiene libertad, no tienen democracia. Pero sí represión, corrupción, inflación, migración. Es también el caso de Nicaragua, donde Daniel Ortega, revolucionario de ayer, hoy es un dictador que lleva 17 años en el poder y aspira a continuar en el mando, seguramente hasta su muerte. Sabe triunfar en elecciones fraudulentas; elimina a todos los aspirantes opositores, los encarcela, les quita su nacionalidad, los tortura y más atropellos propios de estos gobernantes “democráticos”.
En torno a la figura de Maduro, hay opiniones radicalmente opuestas. Sus seguidores lo ven como un líder que continúa el legado de Chávez, luchando contra el imperialismo y defendiendo los intereses de los pobres y marginados. Sus detractores lo ven como un dictador que ha llevado al país a la ruina económica y ha violado sistemáticamente los derechos humanos para mantenerse en el poder.