Por: Rosalía Arteaga Serrano
En conversaciones con jóvenes, sobre todo los denominados milennials, sale a relucir un estilo de vida que para muchos resultaría inimaginable, al menos para los de mi generación y creo que de muchas otras, y es el tema del concepto de hogar, de un espacio que consideramos como propio, así se tenga que pagar un arriendo, pero en el que ubicamos nuestras cosas, nuestras pertenencias más queridas, los recuerdos, los objetos de la familia, en fin, lo que va teniendo un significado a lo largo de la vida. Un espacio en el que podamos conformar una familia.
Para muchos seres humanos, tal vez para la mayoría, uno de los afanes más queridos es el de tener una casa propia, tan es así que esta legítima aspiración la recogen los gobernantes y tratan de satisfacerla con programas de vivienda más o menos exitosos.
Sin embargo, para muchos jóvenes, de diversas latitudes, ese ya no es un tema aspiracional, ni siquiera se lo plantean, consideran que su “espacio” es aquel en donde se encuentran, siempre que tengan a mano su computador, su celular, su Tablet, es decir los artilugios digitales sin los cuales no conciben la vida.
Me ha pasado con relativa frecuencia en estos últimos años que, cuando pregunto a alguno de estos jóvenes súper informatizados, que hablan con solvencia de los bitcoin, blockchain, la inteligencia artificial y un largo etcétera, cuando les pregunto dónde viven, me dicen que en el hotel en el que están alojados en ese momento, y luego me indican que tal vez luego van a otro hotel, a un Airbnb, tal vez se quedan una temporada con amigos, pero no tienen un espacio determinado que puedan llamar hogar.
Alguno con quien hablé y le hice similar pregunta, sonrió y me mostró su maleta, a manera de peculiar homeless, que lo único que tiene es lo que carga a cuestas.
Parece que la pandemia puso a prueba a estos modernos transeúntes de la vida, porque les obligó a quedarse más tiempo de lo previsto en un mismo lugar, pero ahora que se han abierto los espacios y superadas muchas de las restricciones, han vuelto al estilo de vida que escogieron.
Y no se trata de que no tengan dinero, algunos tienen abultadas cuentas de banco o hacen inversiones en los más diversos mecanismos que multipliquen su dinero mientras ellos participan en charlas, dan conferencias y circulan.
Para reflexionar, ¿verdad? Muchos de los paradigmas han cambiado en este estado de posmodernidad.