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miércoles, agosto 27, 2025

Nostalgia

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Por: Sara Salazar

Cada generación se cree especial. Los boomers miraban a los X como vagos rebeldes sin causa, los X miraban a los millennials como frágiles y caprichosos. En la actualidad, hay un fenómeno curioso en la generación millennial, mientras juran ser los “heridos” de un mundo que nunca los entendió, y ahora, sorpresa, los millennials se descubren haciendo exactamente lo mismo con las nuevas generaciones, repitiendo las mismas críticas que tanto detestaban de los boomers. La historia se repite, solo que ahora con filtro vintage. Es el ciclo eterno de la queja generacional, ayer víctimas, hoy jueces.

El millennial, instalado en una romantización del pasado, acusa a los jóvenes actuales de “vivir pegados al celular”, olvidando que él mismo pasó su adolescencia horas frente al Messenger, arruinando el módem familiar en interminables sesiones de MSN, como si ellos no hubieran saturado el Messenger con zumbidos y estados melancólicos. Critica que las nuevas generaciones son “hipersensibles” a todo, pero no recuerda que su propio estandarte cultural fue la hipersensibilidad irónica del Emo, con canciones que convertían la tristeza en una identidad de moda y se quejaban del sistema con remeras de Nirvana compradas en el shopping. La acusación de “frágiles” suena hipócrita cuando viene de quienes acuñaron la cultura del “todo me ofende”.

La nostalgia, entonces, no solo distorsiona el recuerdo del pasado, también se convierte en una herramienta de superioridad moral. El millennial dice, “nosotros teníamos infancia de verdad”, como si jugar con un tamagotchi fuera más “auténtico” que hacerlo con un celular. También dice, “sabíamos divertirnos sin redes sociales”, omitiendo que pasó media vida subiendo fotos pixeladas a MySpace. El discurso es el mismo de siempre, “lo nuestro fue mejor, lo de ustedes es decadencia”.

El problema no es solo el ridículo que supone repetir las quejas de las generaciones pasadas, sino la incapacidad de reconocer que cada época trae consigo sus propias virtudes y defectos. La nostalgia millennial se disfraza de crítica cultural, pero en realidad es miedo al presente y terror al futuro. Se refugia en un pasado que nunca existió tal como lo recuerda, mientras descalifica todo lo nuevo como si lo nuevo fuera, por definición, inferior.

Y el capitalismo, astuto, aprovecha esa fragilidad nostálgica, vende la infancia millennial en cuotas. Una consola retro, un muñeco de colección, un revival de series que ya tenían diez revivals. El consumo se disfraza de identidad y el recuerdo se convierte en mercancía.

El ciclo de la queja generacional es un círculo vicioso que revela más de quien acusa que de quien es acusado. Tal vez lo más adulto que podrían hacer los millennials es romper esa cadena de invalidación, dejar de ser la caricatura y la parodia que tanto detestaron en sus padres y atreverse, de una vez, a mirar hacia adelante. Porque la madurez no está en coleccionar objetos retro ni en repetir reproches heredados, sino en comprender que el tiempo avanza y que lo único verdaderamente decadente es quedarse atrapado en él.

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