Por: Sara Salazar
Junio, quedará manchado con la sangre de más de 200 cristianos brutalmente asesinados en Nigeria. Quemados vivos. Acuchillados. Ejecutados mientras dormían. Niños, mujeres, ancianos. La cifra es abrumadora, pero aún más abrumador es el silencio que la rodea.
Porque no veremos portadas desgarradoras, ni editoriales en los grandes periódicos del mundo. Ni una palabra en los discursos de los líderes progresistas que se rasgan las vestiduras cada vez que la víctima pertenece a alguna minoría políticamente rentable. Nuevamente, las víctimas eran cristianos. Y eso, en el mercado de la corrección política, no vende.
Estamos ante un patrón ideológico cada vez más evidente, la vida humana se jerarquiza según la utilidad que tenga para el relato. Cuando el victimario es un grupo islamista radical y las víctimas son cristianos, el progresismo global pone el dedo sobre el botón del silencio. Pero si el orden se invierte, entonces sí, prepárense para los titulares, los comunicados diplomáticos, los influencers llorando en stories y los gobiernos arrodillándose simbólicamente.
¿Qué nos dice eso como civilización? Nos dice que hemos normalizado la persecución de los cristianos, no solo en África o Medio Oriente, sino también aquí, en Occidente, aunque con otras armas, la burla sistemática, la marginación cultural, la censura disfrazada de diversidad y la imposición de ideologías contrarias a los valores cristianos en todos los ámbitos de la vida pública.
Pero lo de Nigeria no es solo una cuestión cultural o religiosa, es una masacre sistemática. Y es sistemáticamente ignorada. En los últimos años, Nigeria se ha convertido en una fosa común para los cristianos. Boko Haram, el Estado Islámico de África Occidental, y milicias fulani radicalizadas actúan con impunidad. Y mientras los cristianos mueren, Occidente guarda silencio, como si los derechos humanos terminaran en la frontera de sus propios intereses ideológicos.
¿Dónde están los organismos internacionales? ¿Dónde están los defensores de la “libertad religiosa”? ¿Dónde están todos esos grupos que claman por la opresión de la mujer mientras mujeres cristianas son violadas y asesinadas por su fe?
No hay respuestas. Solo hay una certeza, este silencio es cómplice.
Hoy, lo políticamente correcto no es defender a los perseguidos, sino al relato. Y el relato dominante no admite una verdad incómoda, el cristianismo es la religión más perseguida del mundo en pleno 2025. Y lo es porque representa una cosmovisión opuesta al relativismo moral, al colectivismo ideológico que hoy infecta todo, desde los medios hasta las escuelas.
Pero más allá del silencio, los hechos hablan. Y hoy, la sangre cristiana grita desde la tierra. Grita por memoria. Y nos interpela a nosotros, a los que aún no hemos rendido nuestra conciencia al altar del olvido y a la indiferencia inducida.
Si el mundo sigue callando, la próxima masacre ya está en camino. Y entonces volveremos a fingir sorpresa, cuando en realidad lo único que sorprende es cuán selectiva se ha vuelto nuestra humanidad.